jueves, 12 de enero de 2017

El largo aliento de Dostoievski



La primera novela larga que escribió Fiodor Dostoievski fue publicada por primera vez en 1861 (cinco años antes que Crimen y Castigo), luego del exilio del escritor en Siberia, y ya tiene la consistencia de sus grandes obras.
Unízhenye i oskorblyónnye (Humillados y ofendidos) tiene un brillo que le guiña un ojo a Goethe y a su Fausto impregnado por Mefistófeles, y nos lanza de cabeza a una historia que no deja nada para sí en cuanto al perfil sicológico de los personajes. Incluso en algunos momentos es demasiado abrumadora la catarata de pensamientos inconexos, los febriles apegos, la desesperación de las perturbadas emociones humanas.
La palabra humillar viene del latín humiliare, y en sus múltiples acepciones implica doblar, abatir, herir a alguien, hacer bajar la cabeza, lastimar la dignidad. La palabra ofender, en algunos de sus significados, implica la humillación, y también la herida, el daño. Humillados y ofendidos es una cadena donde esas heridas se van eslabonando, con diferente intensidad, a veces mediante golpes sicológicos propinados con toda intención, mientras que otras veces resultan involuntarios, pero no por eso menos dolorosos.
En esta historia tenemos, entre muchos tipos de daño, el que se inflige sin querer y el totalmente voluntario. Pero el más doloroso pareciera ser el que se propina de manera involuntaria a los seres más amados. Esas parecen ser las heridas más terribles, las más imperdonables.
En Humillados y ofendidos una hija ofende a su padre por partida doble, generando dos columnas vertebrales que acaban por entretejerse en una sola, que se terminan dirimiendo y exculpando a partir de la inmolación de una niña, Nellie, el personaje más representativo de la historia, el más débil y el más fuerte, el que va dando las pautas y las explicaciones para el inicio y el final.
La madre de Nellie, aun muerta, redime a varios personajes por medio de su hija, y pone, con su historia, un espejo de conciencia frente al viejo Ijménev (padre de Natasha) ante la inminencia del dolor y la muerte, a partir del ejemplo extremo de su propio padre, el anciano Smith, personaje escalofriante con el que inicia la historia, preso de los años, la ofensa imperdonable de su hija, y finalmente la muerte trágica en la miseria total, física y espiritual.
El eje de la historia y narrador permanente, Iván Petrovich, es el testigo de las estocadas, y al mismo tiempo el que pareciera tener la obligación de curarlas. Es el que va y viene a toda velocidad de un personaje a otro, de una casa a otra, el que podría ser herido una y otra vez, pero por alguna razón resulta inmune, hasta de los ultrajes más directos, no sólo de Natasha (su amor platónico) o los Ijménev (su familia adoptiva), sino también de su rival, Aliosha (quien le exige una inocente hermandad), o del príncipe Valkovski, que lo elige como pivote para sus arteros planes.
Los distintos grados de intensidad en la humillación adquieren su paradoja en la perniciosa actitud del príncipe, que a pesar de la pérfida intención y la truculencia, no logran doblar del todo a los ofendidos, Natasha, Ijménev e incluso el mismo Vania, ni siquiera a su hija Nellie, quien muere con dignidad sin doblar la cabeza para pedir la ayuda de un padre que ocasionara su desgracia y la de su madre, y la de su abuelo. Y de paso también la desgracia de casi todos los demás personajes de la historia: Natasha, Vania, Aliosha y los Ijménev.
Finalmente, las triquiñuelas del príncipe resultan obvias para todos los personajes, y por lo tanto, de tan inicuas, se vuelven inocuas. Pero es otra la situación para los ofendidos por el amor, que es el que de verdad hiere y mata. El daño que Aliosha le propina a Natasha es tan determinante que casi la hunde en la muerte, aun desde su inocencia infantil y hasta desesperante, pues más que un hombre por el cual pelearan Katia y Natasha, pareciera una mascota por la cual deciden su dominio. Más que amantes de Aliosha, Katia y Natasha son en cierta forma madres de una marioneta movida por los hilos del príncipe, cuyas estocadas sí resultan mortales en casos donde estaba el amor de por medio, ya que es responsable directo de la muerte de Nellie, de su madre, su abuelo, y hasta del perro Azorka.
La estructura de los capítulos está resuelta con toda la fluidez de la narrativa de Dostoievski, aun cuando hacia el final hay una mezcla de episodios desmenuzados por separado que tratan de responder a una misma línea en el tiempo, que sin embargo resulta confusa en ciertos hechos narrados. Es como si Dostoievski, por medio de su personaje central, Iván Petrovich, tuviera prisa en llegar al final, como si se hubiera extendido demasiado en los prolegómenos, y de pronto tuviera que concluir su historia con determinada longitud, cuestión que quizá se explica por el hecho de que los capítulos fueron publicados primero en entregas periodísticas, para después reunirse en el volumen que conforma la novela.
Y sin embargo, la narración logra llegar al final con claridad y soltura, y aun cuando hay varias referencias religiosas y cauteriza las heridas eslabonadas por medio del perdón, la historia no se hunde en la moralidad, sino en el trazo definido de la humanidad inobjetable de los personajes. No hay, al final, el pago de culpas, ni siquiera del príncipe, el personaje más abyecto de la historia, quien al parecer termina por salirse con la suya al casar a su hijo con Katia, y resulta indemne luego de tanto episodio funesto. Al final todo se resuelve en el perdón, y en el personaje de Nellie, que resulta la exoneración personificada de todos, incluyendo la de su padre, el príncipe Valkovski.
Acerca de esta novela, Óscar Wilde destacaba “la nota de sentimiento personal, la realidad áspera de la experiencia auténtica”. Y sin duda, a partir de que el narrador es el propio Dostoievski, haciendo alusión una y otra vez a sus propias historias escritas y publicadas, y con referencias tácitas y explícitas a su condición como escritor, tenemos una novela narrada desde la experiencia propia, desde la emoción en carne propia, a ratos brutal, a ratos incomprensible y ridícula, y a veces profundamente entrañable y cercana. Porque más que una narración de hechos y episodios, tenemos una honda descripción de la psicología de los personajes.

Nietzsche decía que Dostoievski era “el único psicólogo del que tenía que aprender algo”. Y sí, esta novela nos muestra desnudo el pensamiento tras la acción de cada uno de los personajes, y nos involucra de lleno en un océano donde convergen tanto la humillación y la ofensa como el perdón y el amor. Un océano donde lo mismo surgen los sentimientos más bajos que la nobleza más alta y la dignidad más humana. Un océano en el que nadamos todos, y de cuya descripción tenemos aquí un admirable botón de muestra.


María Vázquez Valdez

Fiodor Dostoievski
Humillados y ofendidos
Alba Editorial
2011, 440 pp.