martes, 28 de noviembre de 2017

KAWSAY. LA LLAMA DE LA SELVA




Por Eurídice Román de Dios

(Durante la presentación de 
Kawsay. La llama de la selva
7 de agosto de 2017
Casa del Poeta, CDMX.)

"Avanza, retrocede, da un rodeo y llega siempre…"
Octavio Paz


Acercarse a la poesía es siempre un riesgo fascinante, porque nos coloca en los territorios de las fibras delicadas de la sensibilidad y la inteligencia. Es una de las formas de tocar la llama inevitable de la belleza que todo lo transforma con su sola presencia.

Hoy, nos reúne un trabajo poético de búsqueda, encuentro, pero fundamentalmente de metamorfosis constante. Desde la portada, María Vázquez Valdez nos pone frente a un espejo, que a la vez es un viaje hacia las raíces de lo que somos en esencia; la piel tatuada de follaje es un “árbol adentro” (parafraseando a Octavio Paz). 

       Desde la primera mirada al libro observamos a la autora, se nos entrega, sabe que ella es y no es porque es también epidermis de naturaleza viva. Ella es la selva. Ella es oriente y occidente, es fundamentalmente una invitación y una revelación de la experiencia mística, del encuentro, que no es otro que un encuentro consigo misma que implica mimetizarse con las raíces ancestrales de donde venimos, de donde somos y seguiremos siendo. El oriente de María es el espacio que habitábamos antes de ser la cultura hispanoamericana que somos desde hace siglos, cuando dejamos de hablar idiomas indígenas para adoptar y adaptar el español como lengua. Y es que nuestras antiguas culturas originarias se hermanan con el oriente de la India, del Japón, del budismo Zen. La voz poética de María, autora de Kawsay, que significa “vida”, nos regresa lo que somos en esencia; a través de sutiles pinceladas verbales nos abre el trayecto que se requiere para la purificación ritual.

La escritura, la historia, el imaginario colectivo, pero también los sueños, el deseo, la invocación de los sentidos, confluyen y confirman que la divinidad está en los seres humanos, en las personas, no solamente en los dioses. Este breve libro lo constata.

Con esta lectura nos instalamos en un juego misterioso de Contención y expansión, de Tradición y ruptura. Sublime y suave estructura que inicia con:
Uno Afirmación de lo que somos, de la unidad que nos conecta con todo lo que existe en el universo y más allá del universo. Desde lo ínfimo hasta lo infinito.

Continúa con: 
El encuentro, un canto  que va de la oscuridad a la luz, de la ignorancia hacia la experiencia purificadora.

La estructura avanza con una conexión alucinada del mundo antiguo que sigue siendo el mismo y continúa en nuestra sangre. Renovación o mejor aún, renacimiento, reconocimiento de la iridiscencia misteriosa que nos compone.

Escuchamos el:
   Canto que se diluye en sonoridades onomatopéyicas para recordarnos el origen de la lengua: marirí, marirí, marirí. Entrega de sí misma en ofrenda y sacrificio florido.

En la selva andina, tocamos la exuberancia donde la luz de las luciérnagas abre el sendero a la voz poética sin límites.

Ríos, humaredas y largos días en el trayecto aparentemente sin rumbo, porque no se trata del camino que se realiza con los pies sino que se realiza con los ojos metafóricos de todo el cuerpo. Así, logra de esta manera llevarnos por un proceso de liberación para soltar lo que no se necesita para existir. Solamente así es posible ascender hacia los lugares paradisiacos y perfectos donde nada sobra ni falta.

Si Dante descendió para reencontrarse, María toma la experiencia literaria y poética a través de seis ascensos lúdicos, un interludio y el milagro necesario para descender, retornar otra, una “yo” purificada y reencontrada en la gran creación que es el todo, y así emprender el vuelo, la danza etérea. Hasta llegar a la comprobación de que el mundo es un filamento donde convivimos muertos y vivos, día y noche en eterno amanecer.

Oriente prehispánico y oriente hinduista, Zen, misticismo. Se religan e interligan, en el lenguaje de los cuatro elementos: agua tierra, viento y fuego.

Sachamama, la madre tierra. Serpientes, Icaros, y una sutil presencia melódica del silencio.

“...comenzar desde un principio/ y sin reservas”.
Hasta el alba.
A través de los ojos no del cuerpo sino del espíritu.

Palabras que tocan lo que no se ve,  otros mundos que están pero que requieren de ser percibidos.

Espacios donde todo se trastoca, se reinventa, en una eternidad sin tiempo. Vigilia, sueño y realidades se hacen lo mismo y Uno, totalidad que nos diluyen para constatar que sí somos más allá de la epidermis y del sitio, el cerco del que José Gorostiza en Muerte sin Fin, nos introdujo siempre: “lleno de mí, sitiado en mi epidermis”…

María también transita por un erotismo verbal, que se tatúa sobre el cuerpo enamorado, a la vez efímero. Moradora del silencio, Ceremonia, Ritualidades, Como agua que corre y no se detiene. Paréntesis que se abre. Nada y todo. Admiraciones que se neutralizan. Parcelas, singularidades que embellecen los pasillos de la vida cotidiana.

Cumpliendo con los lindes de la poesía y su dimensión de rehacer el mundo constantemente, en vía luminosa para tocar de fondo los grandes temas de la condición humana como son el amor, la muerte, el dolor, el viaje, la añoranza, la naturaleza. La poesía es una de las maneras de liberación del espíritu, y es también una enorme contención. Escribimos para buscarnos, encontrarnos, perdernos, y avanzar en una especie de manifestación de la evolución humana. A través de la palabra prístina y precisa, sumergirnos en los corredores de la memoria. Gracias María por regalarnos esta experiencia ontológica que al final propicia paz y dicha.


Kawsay. La llama de la selva
María Vázquez Valdez
MarEs DeCierto Ediciones / La Herrata Feliz Ediciones
Ciudad de México, 2016
90 pp.