lunes, 27 de agosto de 2012

BORGES, UN REY DE ESPACIO INFINITO


Sobre Emma ZunzLa muerte y la brújula y El Aleph


María Vázquez Valdez

Inclasificable Borges. Tan dueño del lenguaje que admite la “desesperación del escritor” por comunicar la vastedad, lo infinito. Tan sagaz que nos entrega realidades falsas perfectamente estructuradas, algunas ejecutadas por personajes reales, como retruécanos de una fantasía que tiene lugar en otra parte, a menudo en escenarios alternativos. Tan preciso que cada palabra encuentra un sitio inobjetable, en alquimias sin desperdicio que a veces son una metáfora deslumbrante, un oxímoron travieso, o un adjetivo desconcertante de tan insólito.

Alguna vez Borges escribió: “Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero, es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja, es la inocente voluntad de toda biografía”. Inocente voluntad realizada con la despreocupación de un erudito; para muestra, tres botones, breves, claro, pues sabemos que Borges no escribió novela por considerar un “desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en 500 páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos”.

Una de estas ideas con perfecta exposición, Emma Zunz, no es fantasía. Borges admite que el argumento le fue entregado por Cecilia Ingenieros, y con esa humildad delicada de algunas de sus notas al pie, o de ciertos epílogos, se refiere a una narración con “ejecución temerosa”. ¿Temerosa respecto a qué? No tenemos más parangón que la maestría del propio Borges. Como si Rembrandt afirmara que su Artemisa carece de la perfecta ejecución de La noche de ronda.

Eso sí, Emma Zunz es una historia triste. Una historia donde la sangre toma venganza en un cuerpo casi adolescente, donde la protagonista es la muerte del padre, que “era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin”. Y no una muerte cualquiera: un suicidio representando la propia muerte del animus, un salto al vacío entre Emma y Emmanuel (Zunz).

Quizá, y es una hipótesis dentro del texto, Emma rehuía la “profana incredulidad” que le legó la confesión de su padre, y guardó el secreto por años, incubó el dolor y la revancha en un alambique que estalló con una carta leída el 14 de enero de 1922. Al día siguiente ya estaba impaciente (“la impaciencia, no la inquietud” la despertaron).

Emma se entregó al sacrificio como el cordero expiatorio, al llevar su cuerpo hasta el puerto —porque “nos consta que esa tarde fue al puerto”, nos guiña el ojo Borges al aparecer fugazmente como en otros relatos—, y ahí buscó a un hombre más bajo que ella y grosero, “para que la pureza del horror no fuera mitigada”, nos explica una frase tan breve como elegante.

Una historia increíble pero que “sustancialmente era cierta”. Lo fundamental era verdadero, mientras que “las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios” fueron incidentes que sirvieron al prolífico luto de Emma Zunz: a su ajuste de cuentas con la muerte.

Por otro lado, La muerte y la brújula es un relato policiaco, un laberinto, o serie de laberintos como El jardín de senderos que se bifurcan, de las Ficciones de Borges, donde existen historias paralelas relatadas con claves diseminadas que se van articulando como en un mecano laberíntico.

Otra vez tenemos una venganza, ahora de Red Scharlach, y la búsqueda de un criminal, en este caso por medio de las pesquisas de Erik Löhnrot. Finalmente es una búsqueda en partida doble, que culmina en Triste Le Roy, cuando ambos hombres se encuentran para cumplir con un destino de fuego y sangre: “una fatigada victoria, un odio del tamaño del universo, una tristeza no menor que aquel odio”.

Löhnrot es, para Borges, como Auguste Dupin, el oficial de Los asesinatos de la Calle Morgue de Poe. Pero, menos avezado que Dupin, y quizá víctima de una “temeraria perspicacia”, aquí el cazador es cazado por la presa, luego de seguir diligentemente una a una las claves hacia su propia muerte, un crimen que no logra impedir pero, en su descargo, “es indiscutible que lo previó”.

El detective es aquí otro chivo expiatorio que, como Emma Zunz, entrega su cuerpo, no a su propia venganza, sino a la de otro, que no es sino una versión de sí mismo, pues Red Scharlach actúa con la sangre fría del estratega y con la paciencia del sabueso, cualidades que, dada su naturaleza de detective, habríamos atribuido a Löhnrot.

Borges llegó a afirmar la importancia que tuvieron los espejos en su niñez. En sus textos vemos la presencia de espejos, reflejos, realidades desdobladas una y otra vez. En La muerte y la brújula aparece este desdoblamiento en momentos como cuando Löhnrot llega a Triste Le Roy, y en el “segundo piso, en el último, la casa le pareció infinita y creciente. ‘La casa no es tan grande, pensó, la agranda la penumbra, la simetría, los muchos años, mi desconocimiento, la soledad’”.

Aquí también, como en El jardín de senderos que se bifurcan, se abren otros tiempos en espacios posibles. Uno de esos momentos lo formula Löhnrot en sus últimas palabras, cuando le dice a Scharlach que, “cuando en otro avatar usted me dé caza, finja (o cometa) un crimen en A…”. Scharlach le entiende perfectamente cuando le responde, antes de abrir fuego contra él, que “para la otra vez que lo mate, le prometo ese laberinto, que consta de una sola línea recta y que es indivisible, incesante”.

Ambos aceptan no sólo otros universos posibles y paralelos, sino la factibilidad de lo imposible: un laberinto de una sola línea recta. Un contradictio in adiecto que, además, es “indivisible, incesante”.

Así, incesante, es el vasto universo en el que nos adentra Borges en El Aleph, y que ya se apartaba de Beatriz Viterbo al inicio del texto: “el primero de una serie infinita”.

Algunas frases de Borges en El Aleph son sardónicas, como cuando, tras un intercambio con Carlos Argentino, reflexiona: “Tan ineptas me parecieron esas ideas, tan pomposa y tan vasta su exposición, que las relacioné inmediatamente con la literatura; le dije que por qué no las escribía”. O luego, cuando lee otras páginas del poema, se refiere a un “depravado principio de ostentación verbal”.

Aquí otra vez aparece un espejo en cuyo “cristal se reflejaba el universo entero”, y que posiblemente fuera el genuino Aleph, “el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos”.

En este texto otra vez Borges admite los límites del lenguaje, su “desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca?” La erudición de Borges es también motivo para la “desesperación del escritor”, una verja que le separa de sus interlocutores. Pero más allá de eso, “el problema central es irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito”.

Ese laberinto de una sola línea “indivisible, incesante”, y también infinito, es en El Aleph un solo “instante gigantesco”, un “mismo punto, sin superposición y sin transparencia”. Ese “objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres —otra vez, como en La muerte y la brújula— pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo”.

Una serie de palabras con “i” nos van tejiendo los adjetivos de estos cuentos: indivisible, incesante, infinito, inconcebible, irresoluble. Así, el mundo inconmensurable es desdoblado en reflejos y juegos de realidades alternativas que construyen escenarios que apenas imaginamos, y donde, como dice Hamlet en el epígrafe que escogió Borges para El Aleph: “O God, I could be bounded in a nutshell and count myself a King of infinite space”. Un espacio infinito del tamaño de un punto, un punto del tamaño del Universo.

jueves, 9 de agosto de 2012

Palabras de Margaret Randall en Malpaís Review


Introduction to poems by María Vázquez Valdez
—Margaret Randall

She is in the ruins at Petra, Jordan, a camera lifted to her eye. She is sleeping in a makeshift tent on Mexico City’s Reforma Avenue along with thousands of others protesting yet another fabricated outcome to her country’s presidential election. She is standing on Plateau Point, the high thrust of land deep in Grand Canyon, listening to the power of the Colorado River as it roars through Hance Rapid. On stage in the University of Mexico’s impressive aula magna, a brilliant orange shawl flows from her slender body. Wherever she is, poetry moves through María Vázquez Valdez as if it were on its home map.
            María was born in Zacatecas, Mexico. She lives in Mexico City where she works as a journalist, photographer, translator, editor of art and architectural books, and as her deepest self, which is as a poet. María is a weaver of life as well as of words. She has traveled the world—from India to Peru—experiencing moments of deadly menace and exquisite beauty, many of which have found their way into her rich and evocative poetry. She practices yoga. She meditates.
            María did her undergraduate work in journalism and communication at the UNAM (National Autonomous University of Mexico), and later obtained a Masters in book editing. She is currently the editor-in-chief of an important arts magazine.
            I first came in contact with María a decade ago, when she was preparing her seminal anthology Voces desdobladas / Unfolded Voices, bilingual selections of poetry and interviews with several Mexican and U.S. women poets, of whom I was one. Over the next few years we would translate one another’s work, appear in a number of readings together, and become fast friends. Among her other publications are Estanciones del albatros (2008), a collection of cultural essays; Rayuela de museos (2005), a large volume about the world’s most important art museums, text and photos by the author; and Caldero (1999) and Estancias (2004), both poetry books.
            The following is a very small sampling of María’s poetry, a taste I hope will leave the reader wanting more.

COAGULATED BLOOD

To The little girls of Oventic

I

That morning fog
is a sigh,
a moist secret

A blue flame
glinting in the women’s eyes
in the eyes of the men

Chiapas,
a fertile field
of green giants,
ladders decorated
with shiny ribbons
and bruised flesh


II

A little girl
climbs the frozen hill

From above she sees
a tide of soldiers
chopping the bodies
as if they were trees,
they hold
her silenced
empty heart
between their boots

Farther up
she knows
the brutal
blood-letting

The red trunks
of the Ceiba
are stumps now,
broken too,
uprooted

III

In a room
made of mud and wood
an old man dies

His feet are tracks
sewn of open wounds,
from this deaf land
his flesh was exiled
to the highlands

His shadow dances in the dark,
cut by the scissors
of a single candle

It calls forth the ancient ones
who own the wind,
the red jaguars
who follow the rains
and rivers

It calls for the spirit
embroidered by Moon,
a lonely memory
dying in the swamps
like his descendents


IV

Chiapas,
luminous
as the flowering zinacanteca
that surrounded by such green
lets its sparkle drop,
like the cleanly adorned tzeltal
that gazes profound and sad,
like the tzotzil suspended in midair
at the highest reach of mountain,
beaten by wool and cold

Upon what knife edge
do you harvest life?

Broken in the folds of the earth,
a defenseless woman surrounded by beasts,
your womb plundered in the thorns

Chiapas,
brilliant reflection
in eyes and lakes,
land darkened
by coagulated blood,
woman graceful
as fire,
as water.


Del libro Caldero de María Vázquez Valdez,
Ediciones Alforja, Mexico, 1999
Versión en inglés: Margaret Randall

ONE

because nothing matters
neither sunflower nor that brown bird
pyramid nor tree

you get smaller on the wind
nothing matters in this silence

the old man speaks from his high seat
he says your eyes do not see:
everything is Maya the Vedanta says,
mirage in movement

nothing matters
neither years nor the dust
that wakes in our lungs

fingers tumbling through mist
in search of dreams

nothing matters between you and me
and an ancient spiral unwinds
it brings you to my hands
fresh water and pedestal
luminous quartz in my belly
and white flowers through the smoke nothing matters

running in decapitated rivers
life scatters and reaches
perfect peaks
of eagles and the breath of altitude

from there to the deepest chasm nothing matters
everything finds a new sun, a dazzling moon
or hell

but nothing matters

nothing matters because all is one,
a single drumbeat
under the sky
deep heartbeat that wakes
from sleep or agony

ecstasy or anguish
it’s the same runaway colt in your breast

nothing matters not you not me not anyone

because all is one
Versión en inglés: Margaret Randall