sábado, 22 de diciembre de 2007

NO TE DETENGAS

No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tú puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores:
el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes.
Huye.
"Emito mis alaridos por los techos de este mundo",
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples.
Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.
Vívela intensamente,
sin mediocridad.
Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros "poetas muertos",
te ayudan a caminar por la vida.
La sociedad de hoy somos nosotros:
Los "poetas vivos". No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas ...

Walt Whitman

martes, 27 de noviembre de 2007

PRESENTACIÓN

DENTRO DE OTRO TIEMPO: REFLEJOS DEL GRAN CAÑÓN
de Margaret Randall
Casa del Poeta
México, DF
Por María Vázquez Valdez

Debo agradecer a Margaret Randall por muchas cosas, pero hoy en particular debo darle las gracias por haberme permitido generosamente la traducción y edición de este libro. Gracias por este extenso recorrido por el Gran Cañón, por sus pendientes rojas de atardeceres maduros, sus aguas turbulentas y espumosas, a veces, otras apacibles y claras como espejos, sus historias cruentas, accidentes geológicos y visitantes insólitos.

Este es un libro particular en muchos sentidos. Es el primer libro de poemas de Margaret Randall que se publica en México. Según ella misma recuerda, en Perú publicó Parte de la solución en la década de los setenta, e Hiperión publicó en España Cuando el corazón de una mujer se rompe. Pero no en México, hasta ahora.

La larga trayectoria de Margaret Randall en América Latina, no sólo como poeta, sino como ensayista, fotógrafa, periodista y analista de cuestiones sociales y políticas, ha traído consigo una larga cauda de libros traducidos al español en muchos países, sin embargo su poesía no ha sido difundida lo suficiente en estos territorios donde ella misma ha sido gran promotora de poetas.

Hay que recordar su iniciativa y su trabajo en México al editar durante casi toda la década de los sesenta la legendaria revista El Corno Emplumado, que dirigiera un tiempo con Sergio Mondragón y en los últimos años con Robert Cohen. El Corno publicó obra de poetas desconocidos entonces, y difundió la obra de autores ya consolidados, entre los cuales Margaret recuerda a William Carlos Williams, Ezra Pound, Violeta Parra, Allen Ginsberg, Juan Bañuelos, Ernesto Cardenal, Octavio Paz, Diane di Prima, Lawrence Ferlinghetti, Thelma Nava, Nancy Morejón, Jerome Rothenberg, entre muchos, muchísimos otros.

En cuanto a su obra no poética, hay que recordar que Margaret publicó en México varios libros durante las décadas de los sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado, que han recibido un reconocimiento importante. Primero Siglo XXI editó Los hippies, que tuvo mucho éxito y aún sigue reeditándose. Luego publicó Las mujeres, una antología de escritos feministas de Estados Unidos, traducidos al español, y que se ha reeditado más de diez veces. Después vinieron los libros Mujeres en la Revolución, centrado en la mujer cubana, Todas estamos despiertas, sobre la mujer nicaragüense, y Espíritu de un pueblo, sobre la mujer vietnamita, entre otros títulos que han surgido en español con el sello de otras editoriales, y en países como España, Venezuela, Cuba, Perú y Nicaragua.

Que sirva este preámbulo para situar la obra y el trabajo de Margaret en coordenadas desde las cuales germinaron iniciativas importantes en México y en muchos otros países latinoamericanos.

Muchos autores como Cesare Pavese (o Freud, quien utilizara el término Traduttore-tradittore en 1905), han dicho que traducir es traicionar. Debo decir que en la traducción de este libro no me queda ese cargo de conciencia (no mucho, al menos) porque cada uno de estos poemas los recorrí con Margaret de la mano, en forma cotidiana, y eso es algo que le agradeceré siempre. Ella me guió pacientemente por estas rutas, a veces me hizo retroceder, reconsiderar, mirar de nuevo alguna formación rocosa, algún visitante desaparecido o el reflejo constante y asombroso de tanta belleza.

Durante la traducción, fueron muchos los viajes que hice por el Gran Cañón al ir escalando las páginas de este libro, deslizando palabras en este lugar que ahora conozco como a un ser querido. Viajes que puede hacer cualquier lector que se sumerja en estas hojas.

Desde niña Margaret ha recorrido el Gran Cañón, y como poeta lo hace con la pericia de quien ha vuelto con su palabra una y otra vez a esta "Multitud de muros translúcidos, ocres, rojos / dorados pálidos / cortados por sombra inexorable”.

En otro poema nos guía así: “Paisaje ondulante / creciendo y estrechándose, / abriendo y luego doblándose en sí mismo, / abrazándonos en su pulso remachado. / Sinfonía de ranuras estrechas / y huecos sensuales / donde el trabajo de una piedra / pulida por la constancia del agua / esculpe una mella particular / que reclama el corazón, / exuberante y agradecido”.

Estos poemas narran el encuentro de ese corazón exuberante y agradecido con sitios andados una y otra vez por la poeta, un abrazo constante a la grandeza y plenitud de esa constelación de sorpresas naturales que es el Gran Cañón. Lo define así: “Circunnavegar esa gran roca / por el borde estrecho sobre el cañón, / dejando que un ojo deambule / sobre el sensual remolino de piedra / hacia el agua impetuosa de abajo, / mi corazón golpea con miedo implacable / pero mis ojos cantan, / su memoria respira otra vez”.

Aquí los ojos de Margaret alcanzan imágenes pulcras, concisas, que se detienen meticulosas en los espacios, observan y narran un concierto diario, que en otra parte describe así: una luz que “se retira junto al gran muro de roca (…) / hasta que sólo su parte superior / pulsa en llamas. / Listón bruñido de cobre, / súbita lengua de oro / corriendo por sus bordes acanalados. / Gran vertical vertido en la luz más pura / cegando los sentidos, / recargando el aliento, / corriendo hacia atrás / hasta que se gasta a sí mismo / en ese último hilo, / lamedura final en la extremidad del tiempo”.

El tiempo es un personaje que reaparece una y otra vez en estos poemas, cuando nos dice: “Quiero atrapar la sombra / de un instante que se fue / hace doscientos millones de años”. O cuando invoca a los habitantes antiguos de esa tierra escarpada, y nos lleva por graneros anasazi todavía anónimos. Pero Margaret alcanza a percibirlos, desde la búsqueda de su silencio es capaz de distinguir esas presencias que habitan el Gran Cañón, y que son invisibles a otros ojos. Así nos cuenta: “Los graneros / están vacíos ahora, la gente ya no está / pero sus espíritus buscan y toman mi mano / mientras empiezo el largo descenso. / Ellos se quedan conmigo en el calor del delta / y más allá, / me susurran / mientras trato de grabar en mí este lugar / vacío de voces, lleno de voz”.

Caminante, mujer apasionada que no se arredra, Margaret es una viajera, una exploradora contemporánea que como mujer, como poeta, no deja de asombrar con anécdotas de sus viajes por Sudáfrica, Grecia y Jordania, por referir algunos sitios, o con sus excelentes fotografías. Asombro similar al que puede producir un paisaje fascinante como los que describe en este libro, que recoge con consistencia su pasión por uno de sus lugares más queridos.

Hay que decir que como fotógrafa, Margaret es una artista tan desarrollada, propositiva y experimentada que como poeta y ensayista. Series de fotografías que ha tomado en Vietnam, México o Uruguay desarrollan otro tipo de poesía, complementan su oficio con la palabra. Desde esa capacidad de escribir y describir con luz, detalla líneas como estas: “Si veo los muros de piedra, / estas agujas y contrafuertes / en blanco y negro, / toda la riqueza del color se desvanece. / Pero el matiz está ahí, y el tono. / Valores de la sombra. / Intensidad de la luz. / El espacio se profundiza. / La textura despeja su garganta / desplegando su plumaje más brillante”.

Y nos narra fotografías como esa, o como la siguiente: “El sol abraza a este día de junio / bañando los muros antiguos con luz magnífica, / transformando el negro en plateado, / esculpiendo las sombras más oscuras / y frotando los reflejos / hasta que un listón de margen en la ribera / se desdobla en su danza de tiempo”.

A la par de esa danza de tiempo, surgen también las muertes para habitar estas líneas: “Junto a este pasaje del río / emergen claramente / sólo porque el paisaje de su partida / reside dentro de mi piel, / tras mis ojos, / enreda mi cabello que se esfuma”.

Y nos lleva por historias de amor, accidentes o ambas cosas, por el recuerdo de que “Muchos se han ahogado aquí, / golpeados por el remolino interminable, / succionados por el hoyo gigante, / quebrados / o exhaustos, / llevados por una corriente más rápida que la vida”.

Decía que este es un libro particular en muchos sentidos. Lo es también dentro de la obra poética de Margaret. Encuentro tanto su vida como su poesía profundamente adentradas en cuestiones sociales, en una crítica a la política que aplican muchos países, incluyendo Estados Unidos por supuesto, dentro y fuera de sus fronteras. Vindico en especial esa cualidad de Margaret de adentrarse en los escenarios sociales y políticos de Cuba, Nicaragua, Vietnam o México en momentos claves de su historia y de considerar en su poesía, con claridad crítica, cuestiones como la invasión de Estados Unidos a Irak.

Sobre esto, hace tiempo dijo, y quiero recordarlo hoy aquí, en un momento de ácidas imposiciones del poder en todo el mundo: “la guerra de Estados Unidos en Irak, mejor dicho la invasión de Irak por parte de Estados Unidos, como tantos otros actos de la falsamente elegida administración Bush, ha sido un crimen de tamaño internacional. Mi posición frente a esa invasión y frente a tantos actos criminales de Bush y sus compinches, es de rechazo absoluto. Como activista, como poeta, como ser humano, tengo que colocarme al lado de la vasta mayoría de la humanidad que quiere la vida y rechaza la muerte. Amo a mi país, a su verdadera cultura, a su propia historia de rebelión, y es por ese mismo amor que no puedo apoyar esos crímenes”.

Gran parte de la obra de Margaret señala con constancia y precisión el yugo impuesto por los que tienen el poder sobre los más débiles, en muchos países y épocas. En ese sentido hay que decir que el libro que hoy presentamos toca tangencialmente problemas sociales y de pronto por ahí aparece una crítica difuminada a la sociedad moderna, sin embargo la médula es el Gran Cañón como ente con múltiples aspectos que involucran tanto gente como historia, geología, navegación, pero sobre todo la amalgama de la roca, el agua y la luz, que Margaret describe en formas múltiples donde se conjugan esos elementos.

Los invito a entrar en este otro tiempo antiguo que invoca Margaret Randall, donde los miles de años han esculpido con paciencia, creando hendiduras permanentes para nuestros pasos. Otro tiempo que nos trasciende a profundidad, en este efímero instante que nos pertenece, para entregarnos a una inmensidad donde la luz y la poesía son las constantes.
Casa del Poeta
México, DF
Septiembre de 2006

viernes, 16 de noviembre de 2007

A diez años de Acteal...

COAGULATED BLOOD

To The little girls of Oventic

I

That morning fog
is a sigh,
a moist secret

A blue flame
glinting in the women’s eyes
in the eyes of the men

Chiapas,
a fertile field
of green giants,
ladders decorated
with shiny ribbons
and bruised flesh


II

A little girl
climbs the frozen hill

From above she sees
a tide of soldiers
chopping the bodies
as if they were trees,
they hold
her silenced
empty heart
between their boots

Farther up
she knows
the brutal
blood-letting

The red trunks
of the Ceiba
are stumps now,
broken too,
uprooted

III

In a room
made of mud and wood
an old man dies

His feet are tracks
sewn of open wounds,
from this deaf land
his flesh was exiled
to the highlands

His shadow dances in the dark,
cut by the scissors
of a single candle

It calls forth the ancient ones
who own the wind,
the red jaguars
who follow the rains
and rivers

It calls for the spirit
embroidered by Moon,
a lonely memory
dying in the swamps
like his descendents


IV

Chiapas,
luminous
as the flowering zinacanteca
that surrounded by such green
lets its sparkle drop,
like the cleanly adorned tzeltal
that gazes profound and sad,
like the tzotzil suspended in midair
at the highest reach of mountain,
beaten by wool and cold

Upon what knife edge
do you harvest life?

Broken in the folds of the earth,
a defenseless woman surrounded by beasts,
your womb plundered in the thorns

Chiapas,
brilliant reflection
in eyes and lakes,
land darkened
by coagulated blood,
woman graceful
as fire,
as water.


Del libro Caldero de María Vázquez Valdez,
Ediciones Alforja, Mexico, 1999
Versión en inglés: Margaret Randall

martes, 6 de noviembre de 2007

lunes, 5 de noviembre de 2007

Videos de la presentación del libro
Dentro de otro tiempo. Reflejos del Gran Cañón, de Margaret Randall
Ciudad Universitaria
(a ver si se entiende algo)

jueves, 1 de noviembre de 2007

PARA LA LIBERTAD: POR EL BOULEVARD DE LOS SUEÑOS ROTOS,
SANGRO, LUCHO, PERVIVO
Y ME ENVENENAN LOS BESOS QUE VOY DANDO...

Por María Vázquez Valdez
(Concierto de Serrat y Sabina, 31 de octubre, 2007)

Noche de brujas, cuarto menguante hinchado en rojo y esos dos volcanes se encuentran en un escenario enorme de la Ciudad de México, compatibles como lo han sido en el escenario de vida de muchos que los vimos ahí, tan campantes y vivos, seguramente, como al componer las primeras canciones y recibir los primeros aplausos.

Que han ido conmigo desde la primaria (Serrat, porque a Sabina lo conocí mucho después) es cierto, que me han enseñado a viajar por terruños y poetas (con Serrat me enamoré de Machado y de Miguel Hernández), a construir una filosofía de vida que va entre los hondos y helados encuentros con esa amante inoportuna que se llama Soledad, y el descubrir mi parte de bucanero onda Jack London, pues soy cantor(a), soy embustero, me gusta el juego y el vino, tengo alma de marinero…, aunque no haya nacido en el Mediterráneo.

De las cuerdas más sutiles de Serrat (no hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí) hasta la piel curtida de Sabina (no soy un fulano con la lágrima fácil, de esos que se quejan sólo por vicio), lo de ayer fue una amalgama con los ingredientes justos.

Con Serrat desde la risa (si llegan a tener un encuentro carnal cercano y brota la semillita en una linda niña, por favor pónganle Joaquina) hasta la humedad con Sabina en la voz de Serrat (o tal vez ese viento, que te arranca del aburrimiento, y te deja abrazada a una duda, en mitad de la calle y desnuda).

Salieron tres veces después de que nos desgañitamos con ganas. Y nos regalaron algunas que acabaron de destrozar lo que quedaba de garganta y otras cosas: El pirata cojo, Cantares, Calle Melancolía, Para la libertad.

Menos mal, pero faltó tanto, tantísimo, que aún no lo acabo de aceptar. Me quedé esperando (a todas horas la iba a ver, porque yo amaba a esa mujer) De cartón piedra; (yo que siempre cumplo un) Pacto (cuando es) entre caballeros; (colgado de un barranco, duerme mi) Pueblo blanco; (siete versos tristes para una canción) Siete crisantemos (en el cementerio); Campesina (si el viento y los robles, campesina se saben tu nombre); Oiga doctor (que no escribo una nota, desde que soy feliz); (a esa muchacha que dio a comer su) Piel de manzana; (como te has dejado llevar a un callejón sin salida, el mejor dotado de los) Conductores suicidas; La mujer que yo quiero (no necesita bañarse cada noche en agua bendita); Corre dijo la tortuga (atrévete dijo el cobarde, estoy de vuelta dijo un tipo que nunca fue a ninguna parte) y mejor ahí le dejo porque no acabo.

Tanto y en tan poco tiempo (apenas tres horas), de un tiro estos dos pájaros encendieron el Auditorio Nacional, nos encendieron uno por uno, así estuviéramos en los veintes o los sesentas o intermedios. Lo pude atestiguar en la fila de enfrente, pues tenía una pareja de chavas que sabían todas las de Serrat, junto a un matrimonio mayor que cantaba todas las de Sabina. Los cuatro estaban en trance y de pronto brillaban lágrimas, resonaban carcajadas, se levantaban aplausos. Y así los de mi fila. Y así los de la fila de atrás.

Me faltaron muchas canciones como me faltó mucha gente, así que el crédito de mi celular se agotó con varias llamadas que no pude evitar a algunos de mis entrañables: Princesa, Ruido, Calle Melancolía, Cantares, El Pirata Cojo…

Poetas siendo poesía al unísono: Serrat cantando “Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría, pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía, en la escalera me siento a silbar mi melodía”; Sabina cantando “Cuando el jilguero no puede cantar, cuando el poeta es un peregrino, cuando de nada nos sirve rezar, caminante no hay camino, se hace camino al andar”.

Complementarios, intensamente vivos, estos pájaros tenían que reunirse en noche de brujas, por si hiciera falta más magia para el mapa de las vidas ahí presentes y que los han (los hemos) asimilado en tantas estaciones. Mapas de vida iluminados por un par de faros honestos, en una noche de “más de cien palabras más de cien motivos para no cortarse de un tajo las venas, más de cien pupilas donde vernos vivos, más de cien mentiras que valen la pena”.

Bertolt Brecht habla de los imprescindibles en uno de sus poemas, dice que son aquellos que luchan toda la vida. Eso son estos dos: imprescindibles en la vida de tantos, soltando conjuros y bendiciones a diestra y siniestra : “…que el equipaje no lastre tus alas, que el calendario no venga con prisas, que el diccionario detenga las balas… que el corazón no se pase de moda, que los otoños te doren la piel”.
"...y morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres, porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren"..., oh sí... "porque una casa sin ti es una embajada... un velo de alquitrán en la mirada"...

martes, 30 de octubre de 2007

(a propósito del puente que viene)

Foto: Enrique Meitinides

Texto: María Vázquez Valdez

Publicados en la revista Pic-Nic, 2005

Desconectar los días de sus enchufes rutinarios y celebrar. Las vacaciones requieren un soltar las amarras, lo de menos es el lugar cuando se decide zambullirse en el momento.
Las aguas pueden ser lo mismo las del Mar Muerto con su lecho quieto, casi sólido de sal, el Mar del Norte con sus horizontes grises y aguas heladas, el Caribe con sus tibias pupilas turquesa, dilatadas de peces coloridos, o una inundación en la ciudad de México en 1967, captada aquí por el lente de Enrique Metinides.
La intención genera el significado, y así sea el lugar más bello y propicio del planeta, o un percance en otras circunstancias desagradable, como es el caso de esta inundación en Polanco, la voluntad de fiesta resulta ser la médula de las vacaciones, como denotan la actitud y la sonrisa de los jóvenes que aparecen en la imagen.
Si hurgamos en estas palabras, al parecer la etimología de vacación proviene del hebreo, más dudosa en forma y contenido que la del término recogido en inglés, holiday, que se refiere abiertamente a un día santo, una fiesta, una celebración: holy (santo) day (día).
En ese sentido, la serpiente lingüística se muerde la cola convenientemente, porque la palabra entusiasmo proviene del griego, enthusiasmos; la sílaba en significa “en, dentro, o en posesión de”, y theos significa Dios –“Dios en la sangre”.
El entusiasmo es pues la sustancia sagrada y primordial de los días festivos, porque, ¿hay vacaciones que merezcan esa denominación si carecen de entusiasmo?

sábado, 27 de octubre de 2007

LA POESÍA ACTUAL “A CONTRALUZ”

Por María Vázquez Valdez


Texto publicado en Trends
suplemento de El Financiero, julio de 2006


Un ejercicio en solitario que reclama la concentración en sí mismo, que no dialoga y se vierte sin reclamar un análisis sobre su naturaleza, ¿es eso la poesía? ¿es lo contrario? ¿Qué matices separan a la poesía de la poética? ¿Cuál es el estado de la crítica sobre la poesía en México entre los autores jóvenes? ¿Cuáles las tendencias más recientes en esta materia?

Habría que escarbar un buen rato entre libros para comenzar a responder a estas preguntas, y a muchas más que se van derivando como ecuaciones de cálculo diferencial, sobre todo en lo relacionado con autores jóvenes y sus contextos.

Una convergencia de escasa crítica de la poesía (aunque haya una tradición de análisis en la que se suman Alfonso Reyes, Octavio Paz, Gabriel Zaid, José Emilio Pacheco, etc.) y espacios y tirajes exiguos para publicar estos textos, le da al libro A contraluz. Poéticas y reflexiones de la poesía mexicana reciente, un valor que merece subrayarse, tanto porque responde de muchas maneras a una gran diversidad de preguntas, como por su vocación de ser un espacio para que jóvenes poetas y críticos de la poesía expongan sus situaciones particulares, sus tesis, sus métodos.

A contraluz es una reunión de quince textos compilados por Jair Cortés (1977) y Rogelio Guedea (1974), poetas que han sobresalido ya con su propia obra, y que en esta plaza de papel reúnen una muestra representativa de los autores jóvenes en México y sus recensiones.

El libro entrega al lector un rompecabezas de textos que contiene el escenario de la poesía de sur a norte en el país en esta primera década del siglo, desde sus aristas cruentas en materia de mafias literarias hasta su resplandor inmanente en el silencio de la creación.

En estas páginas confluyen Jorge Fernández Granados, Jorge Ortega, Ofelia Pérez Sepúlveda, Pablo Molinet, Ricardo Venegas, Roxana Elvridge-Thomas, Benjamín Valdivia, Javier España, Daniel Téllez, Cristina Rivera-Garza, Luis Armenta Malpica, Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal, Julián Herbert, Mario Bojórquez y Heriberto Yépez (en el orden en el que aparecen en el libro). Autores nacidos entre 1960 y 1975, en tierras tan distantes y cercanas como son la Ciudad de México, Quintana Roo, Baja California, San Luis Potosí, Nuevo León, Guerrero, Aguascalientes, Tamaulipas y Sinaloa.

Panoramas agrestes e innegables: “obtener el reconocimiento público no es proporcional a las virtudes estéticas de una obra, son necesarios otros ingredientes, por lo general fuera del alcance de los autores: habilidad en el trato con las personas, participación en un corporativo cultural…” (Mario Bojórquez), cohabitan con reflexiones del quehacer poético en solitario: “mi vocación de escritor ha sido, si acaso, sólo saber hacer de un ámbito interior un espacio compartido. Afirmar el significado que tiene lo particular, el individuo, en la medida que no hay otra cosa que nos sume a lo humano” (Jorge Fernández Granados).

Definiciones que delinean a la poesía como “…cien cosas y de ellas dos: un género literario, en efecto; también una cualidad que ciertos registros cultos de la lengua le asignan a toda clase de cosas –rostros, películas, acontecimientos. En su segunda acepción, poesía es como una frecuencia vibratoria. Una manera de caminar, cierta luz sobre cierta fachada, cierta mezcla culinaria despiden un resplandor poético” (Pablo Molinet). O la palabra poética como una herramienta que se aplica “tomando para sí el dominio de lo telúrico, lo aéreo, lo ígneo y lo acuoso, trasladándolo al ámbito de la inteligencia, de la sensibilidad, de la creación” (Roxana Elvridge Thomas).

Hay deslumbramiento y pasión por la poesía en estas páginas, pero también hay desencanto y (muchas) líneas incisivas acerca de los contextos y los mitos: “Tanto la novela como el poema se sirven de y problematizan la línea, el verso, el párrafo, la oración, la anécdota. No hay nada que les sea propio o intrínseco. No hay nada ineludible o natural. No existe esa zona de esencial pureza. No hay gracia” (Cristina Rivera-Garza).

Hay declaraciones a favor: “Yo creo en la ciudad de la poesía. En el país de la palabra. En el mundo del libro. No concibo más espacio geográfico que la mente del hombre, el corazón del hombre, su piel y la naturaleza” (Luis Armenta Malpica). Y declaraciones en contra: “Al querer conservar una estructura socioestética (y emotiva e intelectual y etcétera), una estructura que natural o culturalmente está muriendo (la poesía), la hacemos rehén. La mantenemos artificialmente “viva”. No aceptando la muerte de la poesía, no hemos aceptado su suprema sabiduría. Una sabiduría que ya en ningún sentido reconocemos, pues todas las sabidurías han sido descontextualizadas y nosotros vueltos inmunes a cada una de ellas” (Heriberto Yépez).

La convocatoria a estos poetas tiene la fortuna de haber considerado posiciones tanto equidistantes como contrarias, disquisiciones agudas acerca del estado de salud de la poesía, su permanencia o desaparición.

Interesante reunión de documentos de la época, estos textos serán en el futuro (lo son ya, pero sin la perspectiva y el enfoque preciso que da el tiempo) un retrato de las circunstancias que enfrentan los escritores en México en estos años, y las tendencias que están señalando los caminos que devendrán con este oficio-pasión-género en transición-delta de la expresión humana.

En este caso, el pecado de omisión será, más bien, un pecado de persuasión, pues lo que se busca en realidad es iniciar un debate de mayor radio sobre la situación de la poesía mexicana en la actualidad, siempre de cara y en correlación con su tradición e, incluso, con otras tradiciones menos exploradas y aparentemente ajenas.

Lo cierto es que la lectura en conjunto de las poéticas incluidas en este libro deja saldos que catalizan el estado y el ánimo del ejercicio poético actual en México.
A contraluz. Poéticas y reflexiones de la poesía mexicana reciente
Rogelio Guedea y Jair Cortés (compiladores)
Fondo Editorial Tierra Adentro
2005, 248 pp.

viernes, 26 de octubre de 2007

ALGUNAS FOTOS MÍAS
EN LA WEB DE CANAL 22

Luego en la sección Vagabundeo
y arriba el botón: 22 revoluciones por imagen

miércoles, 19 de septiembre de 2007

ENTRE JERUSALÉN, ISRAEL Y PALESTINA
(Crónica derivada del viaje que hice hace unos años...)

María Vázquez Valdez


Transitar en Jerusalén y en sus alrededores puede ser tan peligroso como jugar a la ruleta rusa. Nunca se sabe si la próxima bomba será en el restaurante donde uno suele comer, en una esquina o en un parque.
Muchos de los atentados que ahí ocurren son menores, pero uno de los que han ocasionado más muertos y heridos desde que la Intifada comenzó en septiembre de 2000 ocurrió el jueves 9 de agosto de 2001, cuando un palestino de 23 años entró a la pizzería Sbarro de Jerusalén, ubicada en la calle Jaffa, con una bomba ajustada a su cuerpo, de alrededor de diez kilos, que además tenía clavos y agujas para aumentar el número de víctimas. Cerca de las dos de la tarde la bomba estalló con el cuerpo del suicida. Lo sé porque pasé por esa calle, rumbo a Nazaret, un par de horas antes del atentado.
Entre vidrios rotos, sangre y gritos, quince personas murieron y más de 130 resultaron heridas. Dominados por la histeria, algunos sobrevivientes corrían y gritaban manchados de sangre, algunos testigos también compartían las lágrimas y el estupor. Varios hospitales de los alrededores excedieron su capacidad para atender a los heridos.
Esa tarde, un numeroso grupo de israelíes se reunió en una manifestación al frente de lo que quedaba de la pizzería, en una de las esquinas más transitadas de Jerusalén, y los días siguientes el lugar congregó veladoras, coronas de muerto y letreros en hebreo. Los encuentros sucesivos en ese lugar entre palestinos e israelíes después de la bomba derivaban, cuando menos, en gritos e insultos.
Todos los viernes los enfrentamientos en Jerusalén parecen inminentes. Es el día sagrado de los musulmanes en los países donde se practica la religión que Mahoma plasmó en El Corán. Cada día, además, se hacen cinco pausas específicas durante las cuales se escuchan cantos y oraciones y se puede ver a comerciantes, transeúntes o taxistas, hincarse reverentes aun en horas de trabajo; incluso los canales de televisión, en el caso de Jordania, por ejemplo, tienen programados cortes con oraciones de El Corán e imágenes de mezquitas. Pero los viernes el fervor se manifiesta de muchas formas más, como es el caso de las tiendas cerradas o grandes congregaciones de musulmanes para rezar.
Las puertas de la Antigua Jerusalén se ven rodeadas frecuentemente por policías y soldados israelíes, sobre todo desde que se prohibió la entrada a la Mezquita de Al-Aqsa a los hombres menores de cuarenta años. Este lugar sagrado para los musulmanes está a tan sólo unos pasos del Muro de las Lamentaciones, y de la Vía Dolorosa y El Calvario: un nudo de sangre y oraciones.
La prohibición derivó en conflictos crecientes sobre todo durante los viernes, cuando docenas de musulmanes intentan entrar a su mezquita, y ante la negativa de la policía israelí, finalmente se congregan frente a la Puerta de Damasco, hincados en cartones, y siguiendo las oraciones que uno de ellos dirige por un altavoz.
La tensión creciente entre palestinos e israelíes se manifiesta en esos espacios de confrontación donde es común ver a policías arrestando musulmanes, o escuchar los insultos que se dirigen unos a otros en hebreo o en árabe.

Ramallah

Además de ser un campo de batalla, Ramallah es una ciudad cisjordana a media hora de Jerusalén, rodeada de escombros y basura. Para llegar ahí hay que tomar una camioneta colectiva que se detiene en un retén lleno de soldados y barricadas, y después otra más para llegar al centro de la ciudad.
Tiene una población palestina mucho más obvia que Jerusalén, y que se pone de manifiesto en los carteles que abundan en las calles, con fotografías de palestinos armados o practicando artes marciales. Por ahí también se ve uno que otro retrato o dibujo del Che Guevara.
Muchos lugares de Ramallah se ven desmoronados, como un cuartel de policía que hace varios meses destruyó un avión israelí. Ahí se han dado también asesinatos selectivos que Israel ha perpetrado contra los palestinos, como fue el caso de los misiles lanzados por el ejército israelí contra el jefe del Frente Popular para la Liberación Palestina, Abu Ali Mustafá, el 28 de agosto de ese mismo 2001.
La tensión en Ramallah es evidente sobre todo cerca del despacho de quien fuera en vida presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat. Incluso tomar una fotografía cerca de ahí podía acarrear graves problemas con la policía.
Le pregunto a varios palestinos dónde están los edificios más dañados de Ramallah, e invariablemente me responden que alrededor del City Inn Hotel, pero todos eluden decirme claramente dónde está. Finalmente uno de ellos me acompaña. Tomamos un colectivo que se aleja del centro de la ciudad, y donde suena una hermosa canción: “Es música hecha para la Intifada”, me dice Wajeek, mi acompañante.
Finalmente llegamos a una zona que parece a medio destruir, y ahí nos bajamos. Caminamos un poco entre lotes baldíos, y no se ve ni un alma en los alrededores, hasta que llegamos a una pequeña tienda donde hay dos hombres y un niño. Wajeek habla con ellos y luego se dirige a mí: “Puedes ir hacia allá, pero es muy riesgoso. Ellos dicen que mejor te espere aquí, porque hay soldados israelíes”.
Me encamino hacia el hotel y me parece presenciar los restos de un holocausto. Los edificios de los alrededores están deshabitados, hay barricadas por todas partes, las paredes están acribilladas y no queda ni un vidrio entero. Una gasolinería cerca de ahí está destrozada.
El City Inn Hotel es un edificio deshecho, con huellas de balas y de explosiones en todos los costados. Cerca de ahí hay varias carrocerías de autos calcinados, y hacia uno de los extremos se extiende una ancha calle que parece haber recibido varias bombas: la tierra está quemada, el pavimento ennegrecido está lleno de hoyos y hay restos de granadas y bombas, pero no veo a ningún soldado.
De regreso Wajeek me acompaña a varios edificios más que están destruidos, y al salir de ahí nos detienen varios soldados palestinos. Nos piden identificaciones que revisan una y otra vez mientras sacuden la cabeza. Llaman a un superior que adopta la misma postura, y luego a otro. “Estamos en problemas”, me dice Wajeek. Revisan mis papeles una y otra vez, y se comunican con alguien por radio. Wajeek habla con ellos durante un largo rato y les muestra más identificaciones, hasta que los convence y nos dejan ir.
Llegar a Ramallah es mucho más fácil que salir de ahí rumbo a Jerusalén. La enorme fila de autos avanza con extrema lentitud y hay que esperar un largo rato antes de cruzar el retén donde las figuras que se entrecruzan con más frecuencia son las de los soldados israelíes y las mujeres árabes.

Jordania

Adel es palestino y tiene una tienda en el centro de Amman, la capital de Jordania. Es un hombre de sesenta años que ha vivido en varios países de Europa; en pocos minutos resume la historia de los palestinos: “Para mí Jordania, Cisjordania e Israel no existen; son Palestina. En los años cuarenta comenzó todo esto, cuando los ingleses decidieron dividir Palestina e imponer un reinado”.
Le pregunto su opinión sobre el rey Hussein, y su sucesor, el rey Abdullah, de quienes hay enormes retratos por todo Amman y con distintas indumentarias; entonces Adel recuerda el Septiembre Negro de los setenta, y dice que el rey Hussein mató en esa época a cerca de 35 mil palestinos, y agrega: “En Jordania hay cinco millones de habitantes y 500 mil efectivos militares; tarde o temprano todo va a explotar, y si hay una guerra mundial, pasará por supuesto por aquí. Los palestinos estamos reprimidos y nadie quiere hablar del asunto. No nos atrevemos a expresarnos. No hay libertad, tenemos miedo. Pero esto es una bomba de tiempo”.
Unos días después, al sur de Jordania, esta conversación parece repetirse con una jovencita palestina que vive en Nablus, una ciudad cercana a Gaza. Le pregunto su opinión sobre el conflicto, que ha cobrado muchas vidas palestinas en su ciudad en esos días, y me responde que tiene miedo de hablar, que su ciudad vive una situación muy tensa, y que la gente que conoce prefiere quedarse callada por miedo: “Preferimos no hablar, aunque nuestras experiencias sean muy tristes”.

Armas y oraciones

En los desérticos caminos que rodean el Mar Muerto y que se dirigen a Galilea, hay una ebullición de armas y uniformes militares.
Un retén detiene todo vehículo en el camino que une Jerusalén y el Masada, donde el Mar Muerto se extiende en su pasmosa quietud.
Hacia Tiberías y el río Jordán también hay varias bases militares, donde muchos jóvenes judíos, que portan armas y uniformes, se trasladan de un sitio a otro. Llaman la atención su juventud y la familiaridad con que llevan sus armas, que manipulan con la facilidad con que portan sus teléfonos celulares; pero sobre todo llama la atención la cantidad de mujeres que forman parte de estos regimientos. Las que se han unido voluntariamente a posiciones de combate en la Policía Fronteriza, por ejemplo, son el mismo número que el correspondiente a los hombres, es decir, unas 140, más 70 en entrenamiento. Los camiones de pasajeros que cruzan las carreteras del país transportan a grandes grupos de estos jóvenes armados de una base a otra.
Muchos otros jóvenes judíos recorren Jerusalén sin uniforme, pero con celulares y mochilas en las que guardan armas. Lahav tiene 28 años, y aunque no vive en Jerusalén, ahí trabaja: “Después de enlistarme en el ejército, pasé algunas pruebas y ahora trabajo ‘usando’ mis ojos”.
Le pregunto el significado de esas palabras, y me explica que su trabajo es vigilar e informar lo que crea pertinente. En su apariencia nada da a entender que forma parte del ejército o que ejerce una función de “espía”.
Al salir del Muro de las Lamentaciones pasamos frente a un callejón que desemboca en la Mezquita de Al-Aqsa, y al pasar por la puerta vemos a varios soldados israelíes que prohiben el paso a todos, menos a los musulmanes mayores de cuarenta años.
A unos metros de ahí también está la iglesia del Santo Sepulcro y algunos templos que pertenecen a la iglesia griega ortodoxa. En pocos minutos cruzamos los cuadrantes en los que está dividida la Antigua Jerusalén, que concentran población armenia, judía, católica y palestina.
Muchos pueblos y santuarios de religiones diferentes, mucha fe y oraciones brotan enredadas en la sangre y las mercancías de la Antigua Jerusalén, en cuyo techo, desde donde se observan el Monte de los Olivos y los principales santuarios de la ciudad, se puede ver con frecuencia a docenas de jóvenes judíos armados, reunidos por la noche al término de los días en que ha habido enfrentamientos; es decir, con mucha frecuencia.

jueves, 30 de agosto de 2007

Aquí el primer poema del próximo poemario que publicaré
Traducción de Margaret Randall
(lo cual es un honor para mí)

ONE


because nothing matters
neither sunflower nor that brown bird
pyramid nor tree

you get smaller on the wind
nothing matters in this silence

the old man speaks from his high seat
he says your eyes do not see:
everything is Maya the Vedanta says,
mirage in movement

nothing matters
neither years nor the dust
that wakes in our lungs

fingers tumbling through mist
in search of dreams

nothing matters between you and me
and an ancient spiral unwinds
it brings you to my hands
fresh water and pedestal
luminous quartz in my belly
and white flowers through the smoke nothing matters

running in decapitated rivers
life scatters and reaches
perfect peaks
of eagles and the breath of altitude

from there to the deepest chasm nothing matters
everything finds a new sun, a dazzling moon
or hell

but nothing matters

nothing matters because all is one,
a single drumbeat
under the sky
deep heartbeat that wakes
from sleep or agony

ecstasy or anguish
it’s the same runaway colt in your breast

nothing matters not you not me not anyone

because all is one

martes, 28 de agosto de 2007

PESIMISMO= PESIMISMUS= FALTA DE PODER

lunes, 27 de agosto de 2007

BOGOTÁ 2006

De izquierda a derecha: Paula Ilabaca (Chile), Aleyda Quevedo (Ecuador), Claudia López (Argentina), Roxana Crisólogo (Perú) y yo (María Vázquez Valdez de México)

Con nuestra querida maestra Dolores Castro, después de su lectura

sábado, 25 de agosto de 2007

EMMA’S GLÜCK
(LA SUERTE DE EMMA)
Dir: Sven Taddicken
Alemania, 2006

De pronto la muerte se anuncia, o llega sin anunciarse. De pronto la vida irrumpe con una cauda de personajes nuevos y de eventos que transforman lo cotidiano. Aquí algunas reflexiones que me dejó esta cinta que vi en la cineteca este sábado lluvioso dentro del Ciclo de Cine Alemán.

La suerte de Emma es una tragicomedia que elabora una reflexión acerca de la vida y la muerte, el término abrupto de la cotidianeidad; las sorpresas que se presentan de pronto sin aviso previo y que transforman la vida —y también la muerte— en un instante.

Los protagonistas son dos seres solitarios: Emma (Jördis Triebel) es una joven granjera amenazada por las deudas, que subsiste de sus animales a quienes mata con ternura (“ein, zwei, drei, vier, fünf, sechs, sieben, acht…”); Max (Jürgen Vogel) es empleado de un negocio de venta de autos a quien de pronto le diagnostican cáncer terminal de páncreas.

Max decide ir a costas mexicanas a pasar sus últimos días, a tratar de robarle al tiempo la oportunidad de aprender a nadar, tumbarse en una hamaca y observar aves. En esas está, a punto de robarle una noche lluviosa el dinero escondido en una pecera a su jefe y amigo cuando éste llega y empieza la persecución en auto. Max desiste en la huída y decide volar el Jaguar que maneja en una curva, en una sucesión de momentos que le traen imágenes de la niñez en portarretratos, objetos, su propia sonrisa, hasta que se estrella en el suelo. En el suelo de Emma.

Ella escucha el estrépito, sale a la noche lluviosa y saca a Max de su auto. Lo revisa, cura, huele, lo desnuda, duerme con él, que sigue inconsciente —hay que decir que para la solitaria Emma la presencia en esas condiciones de un hombre que le gusta tiene una enorme carga de evento fortuito.

Pero Emma antes de dormir encuentra el dinero en el auto, una enorme cantidad que le ayudará a pagar todas sus deudas. Decide esconderlo y quemar el auto con la gasolina de su motoneta.

Al día siguiente, cuando Max le pregunta, ella responde que no sacó nada del auto, aunque más tarde él, al esconderse del policía pretendiente de Emma, encuentra el recipiente que contuviera el dinero. Emma reacciona ante el reclamo: le devuelve el dinero, y también empieza a quitar las defensas de su personalidad para enamorarse poco a poco de Max. Y él también de ella.

La historia de ambos, después de que Max paga las deudas de Emma, y sufre dolores cada vez más fuertes que lo llevan al hospital, culmina en matrimonio, y el final me lo reservo, pues no es mi intención arruinarle la historia a nadie que se aventure a leer estas líneas y quiera ver la película, pero sí quiero compartir aquí mis reflexiones:

Tanto Emma como Max llegan a la vida del otro justo con lo que el otro necesita. Emma conoce la muerte como la palma de su mano, incluso le dice a Max al conocerlo que el miedo a la muerte es peor que la muerte misma. Además, Emma tiene una vida exuberante dentro de sí, está deseosa de vida sexual, amorosa, está deseosa de compartir. Y Max, por su parte, está a punto de vivir sus últimos días; solo, encuentra a una mujer dispuesta a quererlo, cuidarlo, y que además necesita justo el dinero que él trae en esta última escapada de su vida.

Ambos llegaron equipados con lo justo en el momento justo. Ambos corrieron con suerte siendo la suerte misma del otro. Aunque la historia de amor tuviera una caducidad demasiado pronta, tuvo la intensidad suficiente para no terminar, como lo indica una escena final en la que no hay pérdida, sino todo lo contrario.

La moraleja podría sostener que la vida es así —y también la muerte—: tiene justo lo que necesitamos en los atavíos más desconcertantes, a veces, pero también, siempre, los más adecuados.

Y sí, la vida es un milagro.

viernes, 17 de agosto de 2007

PÉTREA PETRA



Una mujer que se desvanece en la ciudad rosada de piedra.
Sorpresa de templos, escaleras y habitaciones excavadas en el vientre de la roca.

Ubicada a menos de cien kilómetros al sur del Mar Muerto, Petra significa piedra en griego. Capital del antiguo reino nabateo, es una joya de Jordania.

La recorrí tan sólo un día, en el 2002, sola entre beduinos, y mis pies aún añoran esos pasos.

sábado, 11 de agosto de 2007

AMIGOS

Mi tenor favorito Jorge Maciel y Elia en el Milán de siempre y de todos

viernes, 10 de agosto de 2007


El Mar Muerto desde el Masada

jueves, 9 de agosto de 2007

Mi mano en la piel del Gran Cañón

lunes, 6 de agosto de 2007

Gran Cañón, 11 de julio de 2007


Balam, meditando en la inmortalidad del cangrejo (la paloma, más bien)


Margaret Randall y yo cuando fuimos a presentar Voces Desdobladas a Tijuana, en 2005


En el Pico del Águila del Ajusco


Subiendo el Pico de Orizaba

sábado, 4 de agosto de 2007

San Blas, Nayarit
Agua que nace de piedra caliza

María Vázquez Valdez

Crónica publicada en la revista Travesías

San Blas es un pueblo pesquero situado en el centro de Nayarit y de frente al Pacífico. Su playa, de arena delgada y rojos atardeceres, tiene un oleaje muy atractivo para quienes practican surf, y está limitada por un rompeolas.

Para alcanzar las costas de San Blas crucé Tepic en el anochecer, y ya desde ahí pude presentir el mar, flotando en la humedad salada y tibia del aire. El camino que lleva a San Blas se extiende unos 64 kilómetros desde Tepic. Es una carretera en buenas condiciones, aunque con muchas curvas y pequeños pueblos (y por lo tanto muchos topes); podría ser una carretera de Chiapas o de Tabasco, rodeada de frondosa vegetación.

Llegué a San Blas en una oscura noche sin luna, pero con relámpagos constantes recortados en el horizonte. Desde las primeras calles se adivina que San Blas es un pueblo de pescadores. Los niños juegan hasta tarde en las calles, los adultos conversan en el fresco de la noche, escondiéndose del sopor, y lanchas y redes se asoman de muchas esquinas. Sin embargo, en el centro del pueblo hay poco que señale que San Blas fue un importante puerto para los españoles desde finales del siglo XVI hasta el XIX. Lo usaron, sobre todo, para proteger sus naves de piratas ingleses y franceses.

Al entrar al pueblo crucé la plaza, llena de puestos de comida y de artesanías, y junto a la iglesia distinguí un par de puestos de huicholes. Luego fui a buscar un hotel por la calle principal, Batallón de San Blas. Cerca del centro hay varios hospedajes modestos y baratos, pero sin mosquiteros, lo cual en San Blas se vuelve una objeción proporcional a la cantidad de sangre que pueden chupar esos voraces y pequeños vampiros. Una de las cosas más importantes que hay que saber al adentrarse en San Blas es que no llevar repelente equivale a necesitar una transfusión.

Recordé un hotel donde me había hospedado algún tiempo atrás, el Garza Canela, y fui a ver qué tal estaban los precios. Es sin duda el mejor hotel del pueblo (y también el más caro), con aire acondicionado, alberca, televisión, bar y restaurante, pero decidí dejarlo para una mejor ocasión. Finalmente me decidí por las Suites San Blas, también muy barato, pero mucho más cómodo que los hospedajes del centro. Tiene alberca y los cuartos tienen mosquiteros y pequeñas cocinetas.
La noche seguía iluminada por relámpagos, y en los cinco minutos que me tomó registrarme en el hotel, pude atestiguar en carne propia el hambre de los mosquitos, y el mejor lugar para guarecerme de ellos era la alberca, por lo que fue el primer lugar donde aterricé. No pude encontrar una temperatura mejor.

Sólo había una mujer ahí, de California, con una pequeña radio. Me dijo en español: “Esto es el paradaiso, ¿es así como dices?” Le respondí: “Sí, es el paraíso”, totalmente de acuerdo con ella. Y entonces corrigió: “Oh, sí, esto es el paraíso”. Y entonces me dí cuenta de que su alegría estaba sazonada por el olor a alcohol que me llegó, acompañado con su risa.

Al día siguiente fui a La Tovara, un manantial que está al final del estero San Cristóbal, que desemboca en el mar. La Tovara (que significa “Agua que nace de piedra caliza”) tiene un canal rodeado de manglares que mide unos nueve kilómetros, y que hay que cruzar en lancha.

El embarcadero está a unos 20 minutos del centro de San Blas, a pie. El paseo en lancha cuesta 250 pesos, y por esa cantidad puede llevar a unas siete personas. Si se va también al cocodrilario (donde tienen cocodrilos de distintas edades y otros animales) cuesta 330 pesos. El problema es que en periodos no vacacionales casi no hay gente, y de cualquier forma hay que pagar esa cantidad, no importa el número de pasajeros.

Camino al embarcadero me encontré con Edgar, un lanchero de la cooperativa de San Blas, quien me ofreció llevarme a La Tovara. Al llegar al estero encontramos a un grupo de niños que nadaban con pericia. Mientras esperábamos un poco a ver si llegaba alguien más que quisiera compartir la lancha, uno de los niños se cortó la planta de un pie. Era una herida honda y grande, y les recomendé a los otros niños que fueran a buscar a alguna de sus mamás o a alguien que le vendara el pie, pero me miraron extrañados. Me dijeron que se hieren así con frecuencia, y que no importa, que solos se curan. Me sorprendió la seguridad con la que hablaban, y la cantidad de sangre que el niño había derramado. Entonces se fueron, como si no hubiera pasado nada, y yo me embarqué en la lancha.

El camino hacia La Tovara serpentea entre los manglares, desdoblado por el espejo del agua. Algunos recodos son bastante oscuros, mientras que otros son a cielo abierto. Hay muchas especies de aves, tortugas y garzas, y los cocodrilos se recuestan sobre los troncos a sus anchas. Es muy común verlos flotar ahí tranquilamente, acostumbrados al ruido de los motores, sin inmutarse ante los curiosos.

Edgar me dijo que en ese lugar se han hecho muchos documentales para canales de televisión como el Discovery Channel, o reportajes para National Geographic, por la cantidad y el tipo de aves raras que hay en la región. Luego pasamos por una zona donde hay unas chozas sobre el estero, donde fueron filmadas unas escenas de la película Cabeza de Vaca.

La Tovara está al final de ese camino entre manglares. Es un manantial rodeado de exuberante vegetación, un ojo de agua sorprendentemente clara, habitado por muchas clases de peces de todos los tamaños. Nadar ahí es una delicia, por su agua limpia, de unos cuatro metros de profundidad, y donde se puede observar a los peces con o sin visor. A un lado del ojo de agua hay un restaurante donde se vende desde langosta hasta chocolate, y un columpio a unos dos metros sobre el agua que puede volverse adictivo hasta para el más cobarde.

Los adultos nos mezclábamos con los niños esperando turno para saltar sobre el agua, y yo lo estaba pasando formidable, pero desafortunadamente el recorrido en lancha sólo permite una hora en La Tovara, y ya mi guía me estaba esperando para volver. En el camino de regreso le pregunté si a los habitantes de La Tovara les gustaría recibir más turismo, y me dijo que por una parte sí, por el conocer gente y por las ganancias, pero por otra no, por el riesgo de ser expulsados por inversionistas sin escrúpulos.

Luego me dijo que al visitar San Blas también vale la pena ir a la Isla Isabel, que es una reserva ecológica con muchos tipos de aves, especialmente patos y ocho o nueve tipos de garzas. Me contó que los principales peces que se atrapan en San Blas son constantino, pargo, robalo y mojarra, y en cuanto a mariscos, los ostiones y camarones. Vimos unos cuantos cocodrilos más y muchas garzas, y llegamos al embarcadero.

Por la tarde fui a la playa de San Blas. Un mar tibio, tranquilo, plateado por el sol, con enramadas que ofrecen pescado, langosta y mariscos. Encontré un sitio que se llama El Jején Feliz. Y efectivamente estaba lleno de jejenes felices con mi sangre (en algunos lugares de la costa llaman jejenes a los minúsculos e incisivos mosquitos de playa, más pequeños que los moscos que rondan el pueblo). Desde ahí pude ver el sol caer, como fruta madura, tras el rompeolas, y teñir de rosas y naranjas el cielo y el agua.

Luego fui al centro del pueblo a ver a la gente de la plaza, tomando aguas de frutas o comprando comida en los puestos. Encontré un café internet y al entrar lo primero que vi como protector de pantalla de una computadora fue una imagen de las torres gemelas de Nueva York, una en llamas y otra a punto de ser estrellada por un avión. La fotografía me sorprendió, no precisamente por su espectacularidad, sino por estar justo en ese pueblo pequeño, tranquilo, al parecer al margen de catástrofes semejantes, justo el paradaiso.

Al día siguiente, para despedirme de San Blas, decidí aventurarme en una de las muchas tiendas que venden pan de plátano recién horneado: un pan de plátano con nueces es la mejor forma de dejar un lugar como San Blas, la mejor compañía para cruzar un camino que conjuga todos los verdes, salpicado por la espuma del Pacífico.

viernes, 3 de agosto de 2007

INVOCACIÓN

Al disiparse la tolvanera de este invierno,
cuando el cielo alcance claridad
y el frío se desmenuce
como polvo en el agua

Cuando los lagrimales ya agotados
permanezcan como pozos secos
y no haya soplos
que los humedezcan

En el paraje donde la garganta se distiende
como esfínter dispuesto
a murmurar claves de terciopelo
y salmos

Cuando al fin los intrincados matorrales
queden atrás,
las zarzas de los miedos
las espinas del recuerdo

En el talud donde todo termina al fin,
en la ausencia de caminos,
ingravidez absorta
que precede al nacimiento

Ahí donde todo comienza
ahí
estarás
al fin.

miércoles, 1 de agosto de 2007

PORTAFOLIO MÍNIMO

Por María Vázquez Valdez

Berlin Alexanderplatz, Fassbinder in memoriam. Berlín

Cielos del desierto. San Luis Potosí

Acechando el Gran Cañón. Arizona

Fuego. Isla del Sol, Bolivia

Volcanes desde el aire. Ciudad de México
Colonia en el mar. Baja California Sur

De arena. Petra, Jordania

En el viento. Holanda

Geometría. Camino del Inca, Perú

Gigantes. Luxor, Egipto.

La nieve allá tan alto. Camino del Inca, Perú


Mar Muerto desde el Masada. Israel

Membrana. Copacabana, Bolivia

Niña de los Uros. Lago Titikaka, Bolivia

Reflejos. Selva fría, Chile

Ruta hacia el azul. Lago Titikaka, Bolivia

El Gran Cañón desde la arquitectura de Mary Colter. Arizona

Santuario. Machu Picchu, Perú


Umbral. Petra, Jordania

Yohualichan. Chiapas

Desde el aire. Texas

Zona del Silencio. Durango

viernes, 27 de julio de 2007

Mis amigos
Margaret Randall, Barbara Byers, Marilyn-Rita Chavez y Daniel Chávez
y yo enmedio
Albuquerque, 14 de julio de 2007



COMO LA MIRADA
CUANDO VUELA SOBRE EL GRAN CAÑÓN

DENTRO DE LOS REFLEJOS DEL GRAN CAÑÓN

Por María Vázquez Valdez


La historia de este viaje al Gran Cañón, del 10 al 14 de julio de 2007, en realidad comenzó en 2001. ¡Qué remoto parece ahora! Ese verano fui a Albuquerque, en un viaje por tierra desde Los Ángeles y de paso a Boulder, Colorado.

Poco tiempo antes me fue asignada una beca de varias instituciones (entre ellas la Fundación Rockefeller, a través del Fideicomiso para la Cultura México-Estados Unidos) para realizar un libro de entrevistas a mujeres poetas de ambos países, que la UAM y Alforja publicarían en el 2004 con el nombre de Voces desdobladas / Unfolded Voices.

Volví a Albuquerque ese 2001 (después de haber estado por ahí antes, en un viaje memorable por el sur de ese país) a visitar a algunos amigos y a buscar a Margaret Randall, a quien quería entrevistar para ese libro y de regreso de Boulder, donde entrevisté a Anne Waldman. Me costó encontrar a Margaret, pero finalmente conseguí su teléfono.

Ella viajaba con su compañera Barbara Byers a África por esos días, así que acordamos seguir en contacto y ver cómo resolvíamos el entuerto de la entrevista, que para mí era muy importante, en gran parte por el trabajo que realizó en México con su legendaria El corno emplumado, pero sobre todo por su labor como poeta, ensayista y fotógrafa, que ahora, después de tanto tiempo, no deja de asombrarme.

Durante meses nos comunicamos por mail y por messenger, hasta que finalmente quedó terminada una larga entrevista incluida en Voces desdobladas, que va acompañada por tres poemas suyos en inglés y en español, y cuya traducción fue un proceso realmente gozoso, tanto que cuando Margaret me preguntó si me gustaría traducir un poema suyo para la revista cubana Casa de las Américas, acepté sin dudarlo. Luego traduje otro, y otro más, hasta que llegó naturalmente el proceso de traducción de Into Another Time: Grand Canyon Reflections, un hermoso libro de Margaret sobre el Gran Cañón que condensa sus docenas de viajes a esas profundidades que se alojan en aberturas tan difíciles de definir.

La traducción de ese libro comenzó en 2005, más o menos, y me permitió la construcción de una amistad y un intercambio invaluables con Margaret, casi siempre por mail, aunque por suerte pudimos encontrarnos varias veces en la Ciudad de México, en algunas de sus visitas a sus hijas que viven acá, Sarah y Ximena.

Finalmente quedó terminado el libro con ilustraciones de Barbara, y fue publicado por Alforja en la colección Azor. La presentación fue en septiembre de 2006 en la Casa del Poeta, y participamos Margaret, Thelma Nava, José Vicente Anaya y yo.

Ya desde entonces habíamos comentado que sería excelente celebrar la aparición de ese libro en el Gran Cañón, la musa grandiosa que inspiró esos poemas y esas imágenes, así que poco después, en octubre, Margaret me comentó que reservaría hospedaje para julio de 2007, puesto que desde muchos meses antes se saturan hoteles y hostales. Decidió hacerlo en Bright Angel Lodge, un conjunto de cabañas construido por Mary Elizabeth Jane Colter, quien nació en 1869 y es considerada en muchos sentidos la arquitecta del Gran Cañón; sus construcciones están diseminadas en muchos puntos estratégicos del parque nacional, y aquí incluyo algunas fotos de sus diseños.

Cuando Margaret reservó, pidió que nos asignaran una cabaña con vista al Gran Cañón, y explicó la razón del viaje que haríamos. Le respondieron que no era posible reservar ninguna cabaña en particular, pero varios meses después, en este julio, nos dimos cuenta de que al parecer los argumentos de Margaret fueron bastante convincentes: nos otorgaron una cabaña con una vista inmejorable del Cañón.

Finalmente llegó julio, y el lunes 9 a las 7.30 de la mañana volé del DF a Houston y ahí transbordé a Albuquerque. Llegué un poco molida pues la noche anterior trabajé hasta las 3 de la mañana, pero para mi suerte me esperaban en el aeropuerto Margaret y Barbara, a quien al fin conocí ese día.

Mi equipaje no llegó conmigo, me informaron que se había quedado en Houston, pero mi alegría no me abandonó. Después de varios años volvía a un Albuquerque caluroso en verano, de sol hinchado y largas extensiones de desierto.

Ese día también descubrí el talento culinario de Margaret: una deliciosa pasta al pesto que preparó con albahaca de su jardín y un pan que ella misma horneó. Esos días me di cuenta de que su talento como poeta, ensayista y fotógrafa no le pide nada a su talento para la cocina.

Mi equipaje llegó esa noche. Margaret y Barbara me llevaron a recogerlo, y nos dormimos temprano para salir hacia el Gran Cañón al día siguiente temprano. Muy de madrugada escuché a Margaret en la cocina (a las tres de la mañana), terminando de cocinar cosas que nos llevamos al día siguiente. Yo me levanté bastante después la verdad, como a las seis. La idea era salir a las siete de la mañana. Para entonces el sol ya estaba bastante arriba. Desayunamos fruta, café, otro pan delicioso de Margaret (me dijo que tiene cerca de cien recetas!) y cargamos la camioneta.

El viaje de ida me recordó aquel que hice con mi amiga Maya en su van en el 95 desde Nuevo México a Arizona y luego hasta California. Paramos varias veces a visitar los baños del camino Barbara y yo, que demostramos una sincronicidad biológica peculiar en ese aspecto, y paramos a almorzar al pasar por Flagstaff, una ciudad de Arizona que parecería ser umbral del Gran Cañón en muchos sentidos.

Almorzamos unos sándwiches que había preparado Margaret y luego partimos rumbo a Wupatki, una zona arqueológica de la cual incluyo varias fotografías en este blog, más adelante. Llegamos al Gran Cañón por el lado este, y paramos en la llamada Desert View Watchtower. Aquí también incluyo algunas fotografías, tanto de la torre como de la Casa Hopi, Hermits Rest y el estudio Lookout, todas construcciones de Mary Elizabeth Jane Colter, quien además es un personaje importante en el libro de Margaret; quien se adentre a leerlo descubrirá por qué.

Después nos dirigimos a otro lado del Cañón, a Bright Angel Lodge. Y al llegar nos dieron la noticia de que efectivamente nos habían asignado una cabaña con una vista espectacular.

Bajamos las cosas de la camioneta, comimos más cosas que preparó Margaret, como unos rollitos de arroz integral (unas mezclas excelentes para una vegetariana como yo, condición que Margaret tomó en cuenta con gran gentileza), después caminamos un poco, tomamos muchas fotos, algunas de las cuales están también en este blog, vimos el atardecer y organicé mis cosas para la aventura que me esperaba el día siguiente.

A las cinco de la mañana del 11 de julio desperté en la cabaña. Margaret ya se había levantado y me dio la comida que había preparado para mí: un par de deliciosos burritos. Los guardé en la mochila que Barbara me había prestado el día anterior, con una bolsa con manguera integrada para tomar mucha agua. Me advirtieron varias veces: debes hidratarte bien, en el camino pierdes conciencia del agua que te hace falta y eso puede causarte la muerte de una forma imperceptible. Barbara me dio incluso un polvo con electrolitos especial para esos casos.

Decidí seguir al pie de la letra sus consejos, al recordar mis experiencias en el Camino del Inca, en la ruta hacia Machu Picchu en el 2002: el guía nos dio una bolsa con hojas de coca para mascar y eludir lo que llaman soroche. A pesar de que la diferencia de altura entre ese camino y la Ciudad de México no es tanta, al estar ahí la sangre actúa con un estrépito inusual, y al final del primer día, después de no mascar suficiente hoja, fui transportada en el atardecer a un cielo que no supe si estaba arriba o debajo de mí.

Así que bebí mucha agua antes de emprender el camino Bright Angel, llené otra botellita con el suero de electrolitos, guardé mis burritos, la cámara, me puse bloqueador, una chupalla chilena que no me abandona, igual que unas fieles botas, una que otra piedra como amuleto (¡como si ahí hicieran falta!), y salí al mirador donde Margaret ya estaba tomando fotos antes del amanecer. Me despidió con un cariño que aquilato, y me eché a andar como niña que va a su primer día de clases.

El día fue espectacularmente benigno conmigo. El sol en ningún momento me latigueó, tenía un filtro amoroso de nubes que de vez en cuando me refrescaban con gotitas suaves y nada agresivas. El horizonte gris claro estaba ligeramente enrojecido, igual que las montañas entre las que fui descendiendo, como en una ruta hacia mis propias entrañas. El camino primero era pálido, pero fue enrojeciendo poco a poco, como si al acercarme al núcleo la sangre y el ritmo aumentaran en pulsaciones.

Caminar, caminar tiene un significado hondo hacia adentro. Nos desdobla, desprende cáscaras, aligera cargas, alivia alientos. Y los caminantes, la mayoría en parejas, describen historias completas, cuentan comienzos, territorios compartidos, carencias. Algunos en familia, otros en grupos. Y los menos, como yo, solitarios orfebres de su propia ruta.

Me detuve muchas veces, tomé cientos de fotos en ese descenso, y paré también en los dos albergues que están antes de alcanzar Indian Gardens. Ahí decidí hacer una parada entre las ardillitas que me pedían un poco del burrito que me preparó Margaret. Desafortunadamente la multa que imponen si le das de comer a alguno de los animales del parque, me disuadió de alimentar a alguna de estas cositas de ojos dulces.

Hasta Indian Gardens recorrí 7.4 kilómetros desde Bright Angel Lodge. Cuando terminé mi burrito emprendí el camino hacia Plateau Point, a poco más de dos kilómetros de ahí. Ya no de bajada, sino en territorio plano. Llegué a un precipicio desde donde se ve el Colorado, y donde se alcanza a vislumbrar el territorio más antiguo al descubierto del planeta. Al descargar mi equipaje había dos chavas tomándose fotos y hablando en español. Les pregunté si querían que les tomara fotos juntas, y alegres dijeron que sí.

Me contaron que viven en el DF, como yo. Que trabajan en la UNAM, donde yo también estudié. Y que iban rumbo a Phantom Ranch, a tocar esas rocas antiquísimas. Me invitaron a unirme a su ruta, y me gustó mucho la idea. Ya se iban de regreso a Indian Gardens, así que les dije que las alcanzaría. Me quedé un rato más tomando fotos y contemplando desde esas alturas el río que desde arriba parece amable, y luego emprendí el regreso.

Al llegar ahí mis nuevas amigas se estaban refrescando en el río, cosa que me puse a hacer yo también. Dijeron que ya partían a Phantom Ranch y ofrecieron esperarme; les dije que las alcanzaría después. Cuando terminé me acerqué a buscar información, y descubrí que Phantom Ranch estaba más o menos a seis kilómetros de ahí. Recordé lo que una de las chavas me dijo: ¿no importa que lleguemos muy tarde? ¿no te espera nadie allá arriba? Y entonces decidí no ir, pues haciendo cuentas, efectivamente regresaríamos cerca de la media noche; además Margaret me había advertido que no debía ir por el otro camino, y al buscar la ruta, era justo por ahí.

Así que me senté junto al río, me comí el otro burrito, escribí unos trozos del poema que está por aquí, y tomé otras docenas de fotos. Luego comencé el regreso. Al principio salió el sol, y fueron los únicos rayos punzantes que sentí ese día, luego volvió la gentileza del astro y con alegría me di cuenta de que la subida no me costaba trabajo para nada. De hecho la hice en la mitad del tiempo que la bajada, pues me detuve mucho menos a tomar fotos.

En el penúltimo albergue encontré a un par de chavos hablando en español y les pregunté de dónde habían viajado. Me contaron que eran de Ecuador, y que no iban preparados para el descenso al Gran Cañón. Un guardia del parque les pidió que se regresaran, pues sólo traían unas botellitas chicas de agua y unos zapatos nada apropiados. Así que se hicieron al camino conmigo. Les convidé un poco del agua de electrolitos que aún me quedaba, y platicamos un buen rato. Me contaron que una especie de caballito de mar que ya no existe en las Galápagos sí está en uno de los museos de Nueva York, y eso me interesó particularmente. Nos intercambiamos direcciones ya casi al llegar al inicio del camino, pero yo me quedé en ese último trecho a tomar mis últimas fotos y darme un regalito que me prometí al iniciar la bajada: una barra energética de brownie de chocolate que me habían dado Margaret y Barbara.

Al llegar al mirador (a eso de las cuatro de la tarde), mis amigas estaban en la ventana y me hicieron señas con alegría, tanta como la que yo sentí al verlas. Entré a la cabaña y nos abrazamos. Yo estaba muy contenta por el camino que había hecho, y más al quitarme las botas y ver mis pies intactos, cosa que no ha pasado siempre que he hecho caminos semejantes: seguí el consejo de Margaret de ponerme unos calcetines delgados y sobre ellos unos gruesos.

Esa tarde Margaret y Barbara me invitaron a comer en un restaurante también construido por Mary Elizabeth Jane Colter, para festejar mi cumpleaños, que sería el 24 de julio. Fue un festejo gozoso, tanto que hasta un simpático mesero me cantó con una velita encendida en un pastel que se llamaba extrañamente chocolate suicide cake, y que efectivamente estaba como para suicidarse.

Al día siguiente hicimos una ruta alrededor de la orilla del Gran Cañón que tiene varias paradas y se puede recorrer en un autobús del parque, y que termina en Hermits Rest, también construido por Mary Elizabeth Jane Colter.

Por la noche Barbara y yo salimos a caminar y ver el cielo estrellado que parecía fruta madura. Platicamos un buen rato de frente al Cañón viendo los relámpagos, y cuando íbamos de regreso a la cabaña vimos a lo lejos a un grupo de gente que en silencio estaba tomando fotos a unas cosas muy grandes enmedio de un gran círculo. Nos acercamos despacito hasta que vimos que eran cuatro animales que al principio pensé que eran caballos, pero sus grandes cornamentas me disuadieron de esa conclusión: eran cuatro alces que estaban pastando tranquilamente y posando para quien quisiera tomarles fotos. Impresionante mansedumbre.

Fuimos rápidamente a la cabaña a decirle a Margaret y a recoger mi cámara, y volvimos las tres a tomar fotos. Estuvimos ahí mucho rato, y la gente se fue disipando. Mis amigas volvieron a la cabaña y yo me quedé mucho rato más hasta que fui la única que se quedó acompañando a los alces en una especie de diálogo silencioso muy extraño que me recordó una experiencia en 2001, cuando una tortuga Laúd en Mazunte escogió el trozo de arena donde yo estaba sentada, a medianoche, para desovar sus 108 huevos, que ojalá ahora sean 108 tortugas reproduciéndose en el Pacífico.

La mañana siguiente partimos muy temprano después de desayunar, como los otros días, yogurt con granola y café. Llegamos a Flagstaff y nos dirigimos a un café que al parecer es célebre en la zona, y que al entrar reconocí: hace doce años estuve por ahí con Maya y lo recuerdo tan claramente que hasta la gente que estaba ahí vuelve a mi memoria. Margaret y Barbara querían encontrarse con un amigo que fuera su guía en el Colorado, Shawn Browning, y nos tomamos unos cafés gigantes con pastelitos.

Antes de partir rumbo a Nuevo México, paramos en el Museo de Arizona, pequeñito pero bien equipado, con grandes colecciones de arte Hopi y Navajo, entre otros. El camino fue tranquilo y antes de Albuquerque nos detuvimos en Winslow, un pequeño pueblo que realmente no tiene ningún atractivo, excepto una insólita construcción de Mary Elizabeth Jane Colter llamada La Posada, y que un pequeño grupo decidió reconstruir recientemente. Es un hotel precioso, lleno de detalles, con comida excelente (lo sé por Margaret y Barbara, yo no pude comer nada pues el café que me había tomado en Flagstaff aún me estaba dando vueltas en el organismo) y cuartos distintos entre sí, con nombres de artistas como Clark Gable y Howard Hugues.

Finalmente llegamos a Albuquerque por la tarde, y fue mi última noche con Margaret y Barbara, ya que al día siguiente muy temprano fueron a recogerme mi amigo Daniel y Steve, a quienes conocí doce años atrás, y con quienes (sobre todo Daniel) he construido una gran amistad desde entonces.

Ese último día en Albuquerque lo pasé con Daniel y su esposa Marilyn, en el Museo de Albuquerque, el centro viejo de la ciudad y Barnes & Noble, what to do… Por la tarde fuimos a una exposición de fotos con Barbara y Margaret (que exponía una de sus imágenes ahí) y finalmente a Scalo, un restaurante italiano, donde nos tomamos la foto que aquí aparece.

La noche fue linda, en casa de Daniel y Marilyn, que invitaron a unos amigos y encendieron unas antorchas. Escuchamos una mezcla de The Dark Side of the Moon pero en reggae, que me encantó, escuchamos rolas de Daniel que me recordaron mucho a Tom Waits y grabamos el último de mis poemas de Caldero, que Daniel había musicalizado pero con su voz. Muy divertido, tanto que nos fuimos a dormir a las tres de la mañana y tenía que estar en el aeropuerto a las cinco y media. Marilyn puso el despertador a las cinco, pero huelga decir que no sonó, sin embargo mi reloj biológico es muy preciso y abrí los ojos a tiempo, por suerte! Mis desvelados amigos tuvieron la misericordia de dejarme en el aeropuerto puntualmente y sin peinarse (ninguno de los tres) y partí rumbo a Houston.

Esta historia no tiene epílogo, ya que no ha terminado de escribirse. En estos días Margaret y yo continuaremos con la traducción de otro de sus libros: Stones Witness, que está por publicar la Universidad de Arizona, y del cual ya tenemos varios poemas traducidos.

Así que, por supuesto, inshallah…, esta historia continuará…