Por Eurídice Román de Dios
(Durante la presentación de
Kawsay. La llama de la selva
7 de agosto de 2017
Casa del Poeta, CDMX.)
"Avanza,
retrocede, da un rodeo y llega siempre…"
Octavio
Paz
Acercarse
a la poesía es siempre un riesgo fascinante, porque nos coloca en los
territorios de las fibras delicadas de la sensibilidad y la inteligencia. Es
una de las formas de tocar la llama inevitable de la belleza que todo lo
transforma con su sola presencia.
Hoy,
nos reúne un trabajo poético de búsqueda, encuentro, pero fundamentalmente de
metamorfosis constante. Desde la portada, María Vázquez Valdez nos pone frente
a un espejo, que a la vez es un viaje hacia las raíces de lo que somos en
esencia; la piel tatuada de follaje es un “árbol adentro” (parafraseando a
Octavio Paz).
Desde la primera mirada al libro observamos a la autora, se nos entrega, sabe que ella es y no es porque es también epidermis de naturaleza viva. Ella es la selva. Ella es oriente y occidente, es fundamentalmente una invitación y una revelación de la experiencia mística, del encuentro, que no es otro que un encuentro consigo misma que implica mimetizarse con las raíces ancestrales de donde venimos, de donde somos y seguiremos siendo. El oriente de María es el espacio que habitábamos antes de ser la cultura hispanoamericana que somos desde hace siglos, cuando dejamos de hablar idiomas indígenas para adoptar y adaptar el español como lengua. Y es que nuestras antiguas culturas originarias se hermanan con el oriente de la India, del Japón, del budismo Zen. La voz poética de María, autora de Kawsay, que significa “vida”, nos regresa lo que somos en esencia; a través de sutiles pinceladas verbales nos abre el trayecto que se requiere para la purificación ritual.
Desde la primera mirada al libro observamos a la autora, se nos entrega, sabe que ella es y no es porque es también epidermis de naturaleza viva. Ella es la selva. Ella es oriente y occidente, es fundamentalmente una invitación y una revelación de la experiencia mística, del encuentro, que no es otro que un encuentro consigo misma que implica mimetizarse con las raíces ancestrales de donde venimos, de donde somos y seguiremos siendo. El oriente de María es el espacio que habitábamos antes de ser la cultura hispanoamericana que somos desde hace siglos, cuando dejamos de hablar idiomas indígenas para adoptar y adaptar el español como lengua. Y es que nuestras antiguas culturas originarias se hermanan con el oriente de la India, del Japón, del budismo Zen. La voz poética de María, autora de Kawsay, que significa “vida”, nos regresa lo que somos en esencia; a través de sutiles pinceladas verbales nos abre el trayecto que se requiere para la purificación ritual.
La
escritura, la historia, el imaginario colectivo, pero también los sueños, el
deseo, la invocación de los sentidos, confluyen y confirman que la divinidad
está en los seres humanos, en las personas, no solamente en los dioses. Este
breve libro lo constata.
Con esta lectura nos instalamos en un juego
misterioso de Contención y expansión, de Tradición y ruptura. Sublime y suave
estructura que inicia con:
Uno
Afirmación de lo que somos, de la unidad que nos conecta con todo lo que existe
en el universo y más allá del universo. Desde lo ínfimo hasta lo infinito.
Continúa
con:
El encuentro, un canto que va de la oscuridad a la luz, de la ignorancia hacia la experiencia purificadora.
El encuentro, un canto que va de la oscuridad a la luz, de la ignorancia hacia la experiencia purificadora.
La
estructura avanza con una conexión alucinada del mundo antiguo que sigue siendo
el mismo y continúa en nuestra sangre. Renovación o mejor aún, renacimiento,
reconocimiento de la iridiscencia misteriosa que nos compone.
Escuchamos
el:
Canto
que se diluye en sonoridades onomatopéyicas para recordarnos el origen de la
lengua: marirí, marirí, marirí.
Entrega de sí misma en ofrenda y sacrificio florido.
En
la selva andina, tocamos la exuberancia donde la luz de las luciérnagas
abre el sendero a la voz poética sin límites.
Ríos,
humaredas y largos días en el trayecto aparentemente sin rumbo, porque no se
trata del camino que se realiza con los pies sino que se realiza con los ojos
metafóricos de todo el cuerpo. Así, logra de esta manera llevarnos por un
proceso de liberación para soltar lo que no se necesita para existir. Solamente
así es posible ascender hacia los lugares paradisiacos y perfectos donde nada
sobra ni falta.
Si
Dante descendió para reencontrarse, María toma la experiencia literaria y
poética a través de seis ascensos lúdicos, un interludio y el milagro necesario
para descender, retornar otra, una “yo” purificada y reencontrada en la gran creación
que es el todo, y así emprender el vuelo, la danza etérea. Hasta llegar a la
comprobación de que el mundo es un filamento donde convivimos muertos y vivos, día
y noche en eterno amanecer.
Oriente
prehispánico y oriente hinduista, Zen, misticismo. Se religan e interligan, en el
lenguaje de los cuatro elementos: agua tierra, viento y fuego.
Sachamama,
la madre tierra. Serpientes, Icaros, y una sutil presencia melódica del
silencio.
“...comenzar
desde un principio/ y sin reservas”.
Hasta el
alba.
A
través de los ojos no del cuerpo sino del espíritu.
Palabras
que tocan lo que no se ve, otros mundos
que están pero que requieren de ser percibidos.
Espacios
donde todo se trastoca, se reinventa, en una eternidad sin tiempo. Vigilia,
sueño y realidades se hacen lo mismo y Uno, totalidad que nos diluyen para
constatar que sí somos más allá de la epidermis y del sitio, el cerco del que
José Gorostiza en Muerte sin Fin, nos
introdujo siempre: “lleno de mí, sitiado en mi epidermis”…
María
también transita por un erotismo verbal, que se tatúa sobre el cuerpo
enamorado, a la vez efímero. Moradora del silencio, Ceremonia, Ritualidades, Como
agua que corre y no se detiene. Paréntesis que se abre. Nada y todo. Admiraciones
que se neutralizan. Parcelas, singularidades que embellecen los pasillos de la
vida cotidiana.
Cumpliendo
con los lindes de la poesía y su dimensión de rehacer
el mundo constantemente, en vía luminosa para tocar de fondo los grandes temas de
la condición humana como son el amor, la muerte, el dolor, el viaje, la
añoranza, la naturaleza. La poesía es una de las maneras de liberación del
espíritu, y es también una enorme contención. Escribimos para buscarnos,
encontrarnos, perdernos, y avanzar en una especie de manifestación de la
evolución humana. A través de la palabra prístina y precisa, sumergirnos en los
corredores de la memoria. Gracias María por regalarnos esta experiencia
ontológica que al final propicia paz y dicha.
Kawsay. La
llama de la selva
María
Vázquez Valdez
MarEs
DeCierto Ediciones / La Herrata Feliz Ediciones
Ciudad de
México, 2016
90 pp.