viernes, 27 de julio de 2007


DENTRO DE LOS REFLEJOS DEL GRAN CAÑÓN

Por María Vázquez Valdez


La historia de este viaje al Gran Cañón, del 10 al 14 de julio de 2007, en realidad comenzó en 2001. ¡Qué remoto parece ahora! Ese verano fui a Albuquerque, en un viaje por tierra desde Los Ángeles y de paso a Boulder, Colorado.

Poco tiempo antes me fue asignada una beca de varias instituciones (entre ellas la Fundación Rockefeller, a través del Fideicomiso para la Cultura México-Estados Unidos) para realizar un libro de entrevistas a mujeres poetas de ambos países, que la UAM y Alforja publicarían en el 2004 con el nombre de Voces desdobladas / Unfolded Voices.

Volví a Albuquerque ese 2001 (después de haber estado por ahí antes, en un viaje memorable por el sur de ese país) a visitar a algunos amigos y a buscar a Margaret Randall, a quien quería entrevistar para ese libro y de regreso de Boulder, donde entrevisté a Anne Waldman. Me costó encontrar a Margaret, pero finalmente conseguí su teléfono.

Ella viajaba con su compañera Barbara Byers a África por esos días, así que acordamos seguir en contacto y ver cómo resolvíamos el entuerto de la entrevista, que para mí era muy importante, en gran parte por el trabajo que realizó en México con su legendaria El corno emplumado, pero sobre todo por su labor como poeta, ensayista y fotógrafa, que ahora, después de tanto tiempo, no deja de asombrarme.

Durante meses nos comunicamos por mail y por messenger, hasta que finalmente quedó terminada una larga entrevista incluida en Voces desdobladas, que va acompañada por tres poemas suyos en inglés y en español, y cuya traducción fue un proceso realmente gozoso, tanto que cuando Margaret me preguntó si me gustaría traducir un poema suyo para la revista cubana Casa de las Américas, acepté sin dudarlo. Luego traduje otro, y otro más, hasta que llegó naturalmente el proceso de traducción de Into Another Time: Grand Canyon Reflections, un hermoso libro de Margaret sobre el Gran Cañón que condensa sus docenas de viajes a esas profundidades que se alojan en aberturas tan difíciles de definir.

La traducción de ese libro comenzó en 2005, más o menos, y me permitió la construcción de una amistad y un intercambio invaluables con Margaret, casi siempre por mail, aunque por suerte pudimos encontrarnos varias veces en la Ciudad de México, en algunas de sus visitas a sus hijas que viven acá, Sarah y Ximena.

Finalmente quedó terminado el libro con ilustraciones de Barbara, y fue publicado por Alforja en la colección Azor. La presentación fue en septiembre de 2006 en la Casa del Poeta, y participamos Margaret, Thelma Nava, José Vicente Anaya y yo.

Ya desde entonces habíamos comentado que sería excelente celebrar la aparición de ese libro en el Gran Cañón, la musa grandiosa que inspiró esos poemas y esas imágenes, así que poco después, en octubre, Margaret me comentó que reservaría hospedaje para julio de 2007, puesto que desde muchos meses antes se saturan hoteles y hostales. Decidió hacerlo en Bright Angel Lodge, un conjunto de cabañas construido por Mary Elizabeth Jane Colter, quien nació en 1869 y es considerada en muchos sentidos la arquitecta del Gran Cañón; sus construcciones están diseminadas en muchos puntos estratégicos del parque nacional, y aquí incluyo algunas fotos de sus diseños.

Cuando Margaret reservó, pidió que nos asignaran una cabaña con vista al Gran Cañón, y explicó la razón del viaje que haríamos. Le respondieron que no era posible reservar ninguna cabaña en particular, pero varios meses después, en este julio, nos dimos cuenta de que al parecer los argumentos de Margaret fueron bastante convincentes: nos otorgaron una cabaña con una vista inmejorable del Cañón.

Finalmente llegó julio, y el lunes 9 a las 7.30 de la mañana volé del DF a Houston y ahí transbordé a Albuquerque. Llegué un poco molida pues la noche anterior trabajé hasta las 3 de la mañana, pero para mi suerte me esperaban en el aeropuerto Margaret y Barbara, a quien al fin conocí ese día.

Mi equipaje no llegó conmigo, me informaron que se había quedado en Houston, pero mi alegría no me abandonó. Después de varios años volvía a un Albuquerque caluroso en verano, de sol hinchado y largas extensiones de desierto.

Ese día también descubrí el talento culinario de Margaret: una deliciosa pasta al pesto que preparó con albahaca de su jardín y un pan que ella misma horneó. Esos días me di cuenta de que su talento como poeta, ensayista y fotógrafa no le pide nada a su talento para la cocina.

Mi equipaje llegó esa noche. Margaret y Barbara me llevaron a recogerlo, y nos dormimos temprano para salir hacia el Gran Cañón al día siguiente temprano. Muy de madrugada escuché a Margaret en la cocina (a las tres de la mañana), terminando de cocinar cosas que nos llevamos al día siguiente. Yo me levanté bastante después la verdad, como a las seis. La idea era salir a las siete de la mañana. Para entonces el sol ya estaba bastante arriba. Desayunamos fruta, café, otro pan delicioso de Margaret (me dijo que tiene cerca de cien recetas!) y cargamos la camioneta.

El viaje de ida me recordó aquel que hice con mi amiga Maya en su van en el 95 desde Nuevo México a Arizona y luego hasta California. Paramos varias veces a visitar los baños del camino Barbara y yo, que demostramos una sincronicidad biológica peculiar en ese aspecto, y paramos a almorzar al pasar por Flagstaff, una ciudad de Arizona que parecería ser umbral del Gran Cañón en muchos sentidos.

Almorzamos unos sándwiches que había preparado Margaret y luego partimos rumbo a Wupatki, una zona arqueológica de la cual incluyo varias fotografías en este blog, más adelante. Llegamos al Gran Cañón por el lado este, y paramos en la llamada Desert View Watchtower. Aquí también incluyo algunas fotografías, tanto de la torre como de la Casa Hopi, Hermits Rest y el estudio Lookout, todas construcciones de Mary Elizabeth Jane Colter, quien además es un personaje importante en el libro de Margaret; quien se adentre a leerlo descubrirá por qué.

Después nos dirigimos a otro lado del Cañón, a Bright Angel Lodge. Y al llegar nos dieron la noticia de que efectivamente nos habían asignado una cabaña con una vista espectacular.

Bajamos las cosas de la camioneta, comimos más cosas que preparó Margaret, como unos rollitos de arroz integral (unas mezclas excelentes para una vegetariana como yo, condición que Margaret tomó en cuenta con gran gentileza), después caminamos un poco, tomamos muchas fotos, algunas de las cuales están también en este blog, vimos el atardecer y organicé mis cosas para la aventura que me esperaba el día siguiente.

A las cinco de la mañana del 11 de julio desperté en la cabaña. Margaret ya se había levantado y me dio la comida que había preparado para mí: un par de deliciosos burritos. Los guardé en la mochila que Barbara me había prestado el día anterior, con una bolsa con manguera integrada para tomar mucha agua. Me advirtieron varias veces: debes hidratarte bien, en el camino pierdes conciencia del agua que te hace falta y eso puede causarte la muerte de una forma imperceptible. Barbara me dio incluso un polvo con electrolitos especial para esos casos.

Decidí seguir al pie de la letra sus consejos, al recordar mis experiencias en el Camino del Inca, en la ruta hacia Machu Picchu en el 2002: el guía nos dio una bolsa con hojas de coca para mascar y eludir lo que llaman soroche. A pesar de que la diferencia de altura entre ese camino y la Ciudad de México no es tanta, al estar ahí la sangre actúa con un estrépito inusual, y al final del primer día, después de no mascar suficiente hoja, fui transportada en el atardecer a un cielo que no supe si estaba arriba o debajo de mí.

Así que bebí mucha agua antes de emprender el camino Bright Angel, llené otra botellita con el suero de electrolitos, guardé mis burritos, la cámara, me puse bloqueador, una chupalla chilena que no me abandona, igual que unas fieles botas, una que otra piedra como amuleto (¡como si ahí hicieran falta!), y salí al mirador donde Margaret ya estaba tomando fotos antes del amanecer. Me despidió con un cariño que aquilato, y me eché a andar como niña que va a su primer día de clases.

El día fue espectacularmente benigno conmigo. El sol en ningún momento me latigueó, tenía un filtro amoroso de nubes que de vez en cuando me refrescaban con gotitas suaves y nada agresivas. El horizonte gris claro estaba ligeramente enrojecido, igual que las montañas entre las que fui descendiendo, como en una ruta hacia mis propias entrañas. El camino primero era pálido, pero fue enrojeciendo poco a poco, como si al acercarme al núcleo la sangre y el ritmo aumentaran en pulsaciones.

Caminar, caminar tiene un significado hondo hacia adentro. Nos desdobla, desprende cáscaras, aligera cargas, alivia alientos. Y los caminantes, la mayoría en parejas, describen historias completas, cuentan comienzos, territorios compartidos, carencias. Algunos en familia, otros en grupos. Y los menos, como yo, solitarios orfebres de su propia ruta.

Me detuve muchas veces, tomé cientos de fotos en ese descenso, y paré también en los dos albergues que están antes de alcanzar Indian Gardens. Ahí decidí hacer una parada entre las ardillitas que me pedían un poco del burrito que me preparó Margaret. Desafortunadamente la multa que imponen si le das de comer a alguno de los animales del parque, me disuadió de alimentar a alguna de estas cositas de ojos dulces.

Hasta Indian Gardens recorrí 7.4 kilómetros desde Bright Angel Lodge. Cuando terminé mi burrito emprendí el camino hacia Plateau Point, a poco más de dos kilómetros de ahí. Ya no de bajada, sino en territorio plano. Llegué a un precipicio desde donde se ve el Colorado, y donde se alcanza a vislumbrar el territorio más antiguo al descubierto del planeta. Al descargar mi equipaje había dos chavas tomándose fotos y hablando en español. Les pregunté si querían que les tomara fotos juntas, y alegres dijeron que sí.

Me contaron que viven en el DF, como yo. Que trabajan en la UNAM, donde yo también estudié. Y que iban rumbo a Phantom Ranch, a tocar esas rocas antiquísimas. Me invitaron a unirme a su ruta, y me gustó mucho la idea. Ya se iban de regreso a Indian Gardens, así que les dije que las alcanzaría. Me quedé un rato más tomando fotos y contemplando desde esas alturas el río que desde arriba parece amable, y luego emprendí el regreso.

Al llegar ahí mis nuevas amigas se estaban refrescando en el río, cosa que me puse a hacer yo también. Dijeron que ya partían a Phantom Ranch y ofrecieron esperarme; les dije que las alcanzaría después. Cuando terminé me acerqué a buscar información, y descubrí que Phantom Ranch estaba más o menos a seis kilómetros de ahí. Recordé lo que una de las chavas me dijo: ¿no importa que lleguemos muy tarde? ¿no te espera nadie allá arriba? Y entonces decidí no ir, pues haciendo cuentas, efectivamente regresaríamos cerca de la media noche; además Margaret me había advertido que no debía ir por el otro camino, y al buscar la ruta, era justo por ahí.

Así que me senté junto al río, me comí el otro burrito, escribí unos trozos del poema que está por aquí, y tomé otras docenas de fotos. Luego comencé el regreso. Al principio salió el sol, y fueron los únicos rayos punzantes que sentí ese día, luego volvió la gentileza del astro y con alegría me di cuenta de que la subida no me costaba trabajo para nada. De hecho la hice en la mitad del tiempo que la bajada, pues me detuve mucho menos a tomar fotos.

En el penúltimo albergue encontré a un par de chavos hablando en español y les pregunté de dónde habían viajado. Me contaron que eran de Ecuador, y que no iban preparados para el descenso al Gran Cañón. Un guardia del parque les pidió que se regresaran, pues sólo traían unas botellitas chicas de agua y unos zapatos nada apropiados. Así que se hicieron al camino conmigo. Les convidé un poco del agua de electrolitos que aún me quedaba, y platicamos un buen rato. Me contaron que una especie de caballito de mar que ya no existe en las Galápagos sí está en uno de los museos de Nueva York, y eso me interesó particularmente. Nos intercambiamos direcciones ya casi al llegar al inicio del camino, pero yo me quedé en ese último trecho a tomar mis últimas fotos y darme un regalito que me prometí al iniciar la bajada: una barra energética de brownie de chocolate que me habían dado Margaret y Barbara.

Al llegar al mirador (a eso de las cuatro de la tarde), mis amigas estaban en la ventana y me hicieron señas con alegría, tanta como la que yo sentí al verlas. Entré a la cabaña y nos abrazamos. Yo estaba muy contenta por el camino que había hecho, y más al quitarme las botas y ver mis pies intactos, cosa que no ha pasado siempre que he hecho caminos semejantes: seguí el consejo de Margaret de ponerme unos calcetines delgados y sobre ellos unos gruesos.

Esa tarde Margaret y Barbara me invitaron a comer en un restaurante también construido por Mary Elizabeth Jane Colter, para festejar mi cumpleaños, que sería el 24 de julio. Fue un festejo gozoso, tanto que hasta un simpático mesero me cantó con una velita encendida en un pastel que se llamaba extrañamente chocolate suicide cake, y que efectivamente estaba como para suicidarse.

Al día siguiente hicimos una ruta alrededor de la orilla del Gran Cañón que tiene varias paradas y se puede recorrer en un autobús del parque, y que termina en Hermits Rest, también construido por Mary Elizabeth Jane Colter.

Por la noche Barbara y yo salimos a caminar y ver el cielo estrellado que parecía fruta madura. Platicamos un buen rato de frente al Cañón viendo los relámpagos, y cuando íbamos de regreso a la cabaña vimos a lo lejos a un grupo de gente que en silencio estaba tomando fotos a unas cosas muy grandes enmedio de un gran círculo. Nos acercamos despacito hasta que vimos que eran cuatro animales que al principio pensé que eran caballos, pero sus grandes cornamentas me disuadieron de esa conclusión: eran cuatro alces que estaban pastando tranquilamente y posando para quien quisiera tomarles fotos. Impresionante mansedumbre.

Fuimos rápidamente a la cabaña a decirle a Margaret y a recoger mi cámara, y volvimos las tres a tomar fotos. Estuvimos ahí mucho rato, y la gente se fue disipando. Mis amigas volvieron a la cabaña y yo me quedé mucho rato más hasta que fui la única que se quedó acompañando a los alces en una especie de diálogo silencioso muy extraño que me recordó una experiencia en 2001, cuando una tortuga Laúd en Mazunte escogió el trozo de arena donde yo estaba sentada, a medianoche, para desovar sus 108 huevos, que ojalá ahora sean 108 tortugas reproduciéndose en el Pacífico.

La mañana siguiente partimos muy temprano después de desayunar, como los otros días, yogurt con granola y café. Llegamos a Flagstaff y nos dirigimos a un café que al parecer es célebre en la zona, y que al entrar reconocí: hace doce años estuve por ahí con Maya y lo recuerdo tan claramente que hasta la gente que estaba ahí vuelve a mi memoria. Margaret y Barbara querían encontrarse con un amigo que fuera su guía en el Colorado, Shawn Browning, y nos tomamos unos cafés gigantes con pastelitos.

Antes de partir rumbo a Nuevo México, paramos en el Museo de Arizona, pequeñito pero bien equipado, con grandes colecciones de arte Hopi y Navajo, entre otros. El camino fue tranquilo y antes de Albuquerque nos detuvimos en Winslow, un pequeño pueblo que realmente no tiene ningún atractivo, excepto una insólita construcción de Mary Elizabeth Jane Colter llamada La Posada, y que un pequeño grupo decidió reconstruir recientemente. Es un hotel precioso, lleno de detalles, con comida excelente (lo sé por Margaret y Barbara, yo no pude comer nada pues el café que me había tomado en Flagstaff aún me estaba dando vueltas en el organismo) y cuartos distintos entre sí, con nombres de artistas como Clark Gable y Howard Hugues.

Finalmente llegamos a Albuquerque por la tarde, y fue mi última noche con Margaret y Barbara, ya que al día siguiente muy temprano fueron a recogerme mi amigo Daniel y Steve, a quienes conocí doce años atrás, y con quienes (sobre todo Daniel) he construido una gran amistad desde entonces.

Ese último día en Albuquerque lo pasé con Daniel y su esposa Marilyn, en el Museo de Albuquerque, el centro viejo de la ciudad y Barnes & Noble, what to do… Por la tarde fuimos a una exposición de fotos con Barbara y Margaret (que exponía una de sus imágenes ahí) y finalmente a Scalo, un restaurante italiano, donde nos tomamos la foto que aquí aparece.

La noche fue linda, en casa de Daniel y Marilyn, que invitaron a unos amigos y encendieron unas antorchas. Escuchamos una mezcla de The Dark Side of the Moon pero en reggae, que me encantó, escuchamos rolas de Daniel que me recordaron mucho a Tom Waits y grabamos el último de mis poemas de Caldero, que Daniel había musicalizado pero con su voz. Muy divertido, tanto que nos fuimos a dormir a las tres de la mañana y tenía que estar en el aeropuerto a las cinco y media. Marilyn puso el despertador a las cinco, pero huelga decir que no sonó, sin embargo mi reloj biológico es muy preciso y abrí los ojos a tiempo, por suerte! Mis desvelados amigos tuvieron la misericordia de dejarme en el aeropuerto puntualmente y sin peinarse (ninguno de los tres) y partí rumbo a Houston.

Esta historia no tiene epílogo, ya que no ha terminado de escribirse. En estos días Margaret y yo continuaremos con la traducción de otro de sus libros: Stones Witness, que está por publicar la Universidad de Arizona, y del cual ya tenemos varios poemas traducidos.

Así que, por supuesto, inshallah…, esta historia continuará…

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