martes, 30 de octubre de 2007

(a propósito del puente que viene)

Foto: Enrique Meitinides

Texto: María Vázquez Valdez

Publicados en la revista Pic-Nic, 2005

Desconectar los días de sus enchufes rutinarios y celebrar. Las vacaciones requieren un soltar las amarras, lo de menos es el lugar cuando se decide zambullirse en el momento.
Las aguas pueden ser lo mismo las del Mar Muerto con su lecho quieto, casi sólido de sal, el Mar del Norte con sus horizontes grises y aguas heladas, el Caribe con sus tibias pupilas turquesa, dilatadas de peces coloridos, o una inundación en la ciudad de México en 1967, captada aquí por el lente de Enrique Metinides.
La intención genera el significado, y así sea el lugar más bello y propicio del planeta, o un percance en otras circunstancias desagradable, como es el caso de esta inundación en Polanco, la voluntad de fiesta resulta ser la médula de las vacaciones, como denotan la actitud y la sonrisa de los jóvenes que aparecen en la imagen.
Si hurgamos en estas palabras, al parecer la etimología de vacación proviene del hebreo, más dudosa en forma y contenido que la del término recogido en inglés, holiday, que se refiere abiertamente a un día santo, una fiesta, una celebración: holy (santo) day (día).
En ese sentido, la serpiente lingüística se muerde la cola convenientemente, porque la palabra entusiasmo proviene del griego, enthusiasmos; la sílaba en significa “en, dentro, o en posesión de”, y theos significa Dios –“Dios en la sangre”.
El entusiasmo es pues la sustancia sagrada y primordial de los días festivos, porque, ¿hay vacaciones que merezcan esa denominación si carecen de entusiasmo?

sábado, 27 de octubre de 2007

LA POESÍA ACTUAL “A CONTRALUZ”

Por María Vázquez Valdez


Texto publicado en Trends
suplemento de El Financiero, julio de 2006


Un ejercicio en solitario que reclama la concentración en sí mismo, que no dialoga y se vierte sin reclamar un análisis sobre su naturaleza, ¿es eso la poesía? ¿es lo contrario? ¿Qué matices separan a la poesía de la poética? ¿Cuál es el estado de la crítica sobre la poesía en México entre los autores jóvenes? ¿Cuáles las tendencias más recientes en esta materia?

Habría que escarbar un buen rato entre libros para comenzar a responder a estas preguntas, y a muchas más que se van derivando como ecuaciones de cálculo diferencial, sobre todo en lo relacionado con autores jóvenes y sus contextos.

Una convergencia de escasa crítica de la poesía (aunque haya una tradición de análisis en la que se suman Alfonso Reyes, Octavio Paz, Gabriel Zaid, José Emilio Pacheco, etc.) y espacios y tirajes exiguos para publicar estos textos, le da al libro A contraluz. Poéticas y reflexiones de la poesía mexicana reciente, un valor que merece subrayarse, tanto porque responde de muchas maneras a una gran diversidad de preguntas, como por su vocación de ser un espacio para que jóvenes poetas y críticos de la poesía expongan sus situaciones particulares, sus tesis, sus métodos.

A contraluz es una reunión de quince textos compilados por Jair Cortés (1977) y Rogelio Guedea (1974), poetas que han sobresalido ya con su propia obra, y que en esta plaza de papel reúnen una muestra representativa de los autores jóvenes en México y sus recensiones.

El libro entrega al lector un rompecabezas de textos que contiene el escenario de la poesía de sur a norte en el país en esta primera década del siglo, desde sus aristas cruentas en materia de mafias literarias hasta su resplandor inmanente en el silencio de la creación.

En estas páginas confluyen Jorge Fernández Granados, Jorge Ortega, Ofelia Pérez Sepúlveda, Pablo Molinet, Ricardo Venegas, Roxana Elvridge-Thomas, Benjamín Valdivia, Javier España, Daniel Téllez, Cristina Rivera-Garza, Luis Armenta Malpica, Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal, Julián Herbert, Mario Bojórquez y Heriberto Yépez (en el orden en el que aparecen en el libro). Autores nacidos entre 1960 y 1975, en tierras tan distantes y cercanas como son la Ciudad de México, Quintana Roo, Baja California, San Luis Potosí, Nuevo León, Guerrero, Aguascalientes, Tamaulipas y Sinaloa.

Panoramas agrestes e innegables: “obtener el reconocimiento público no es proporcional a las virtudes estéticas de una obra, son necesarios otros ingredientes, por lo general fuera del alcance de los autores: habilidad en el trato con las personas, participación en un corporativo cultural…” (Mario Bojórquez), cohabitan con reflexiones del quehacer poético en solitario: “mi vocación de escritor ha sido, si acaso, sólo saber hacer de un ámbito interior un espacio compartido. Afirmar el significado que tiene lo particular, el individuo, en la medida que no hay otra cosa que nos sume a lo humano” (Jorge Fernández Granados).

Definiciones que delinean a la poesía como “…cien cosas y de ellas dos: un género literario, en efecto; también una cualidad que ciertos registros cultos de la lengua le asignan a toda clase de cosas –rostros, películas, acontecimientos. En su segunda acepción, poesía es como una frecuencia vibratoria. Una manera de caminar, cierta luz sobre cierta fachada, cierta mezcla culinaria despiden un resplandor poético” (Pablo Molinet). O la palabra poética como una herramienta que se aplica “tomando para sí el dominio de lo telúrico, lo aéreo, lo ígneo y lo acuoso, trasladándolo al ámbito de la inteligencia, de la sensibilidad, de la creación” (Roxana Elvridge Thomas).

Hay deslumbramiento y pasión por la poesía en estas páginas, pero también hay desencanto y (muchas) líneas incisivas acerca de los contextos y los mitos: “Tanto la novela como el poema se sirven de y problematizan la línea, el verso, el párrafo, la oración, la anécdota. No hay nada que les sea propio o intrínseco. No hay nada ineludible o natural. No existe esa zona de esencial pureza. No hay gracia” (Cristina Rivera-Garza).

Hay declaraciones a favor: “Yo creo en la ciudad de la poesía. En el país de la palabra. En el mundo del libro. No concibo más espacio geográfico que la mente del hombre, el corazón del hombre, su piel y la naturaleza” (Luis Armenta Malpica). Y declaraciones en contra: “Al querer conservar una estructura socioestética (y emotiva e intelectual y etcétera), una estructura que natural o culturalmente está muriendo (la poesía), la hacemos rehén. La mantenemos artificialmente “viva”. No aceptando la muerte de la poesía, no hemos aceptado su suprema sabiduría. Una sabiduría que ya en ningún sentido reconocemos, pues todas las sabidurías han sido descontextualizadas y nosotros vueltos inmunes a cada una de ellas” (Heriberto Yépez).

La convocatoria a estos poetas tiene la fortuna de haber considerado posiciones tanto equidistantes como contrarias, disquisiciones agudas acerca del estado de salud de la poesía, su permanencia o desaparición.

Interesante reunión de documentos de la época, estos textos serán en el futuro (lo son ya, pero sin la perspectiva y el enfoque preciso que da el tiempo) un retrato de las circunstancias que enfrentan los escritores en México en estos años, y las tendencias que están señalando los caminos que devendrán con este oficio-pasión-género en transición-delta de la expresión humana.

En este caso, el pecado de omisión será, más bien, un pecado de persuasión, pues lo que se busca en realidad es iniciar un debate de mayor radio sobre la situación de la poesía mexicana en la actualidad, siempre de cara y en correlación con su tradición e, incluso, con otras tradiciones menos exploradas y aparentemente ajenas.

Lo cierto es que la lectura en conjunto de las poéticas incluidas en este libro deja saldos que catalizan el estado y el ánimo del ejercicio poético actual en México.
A contraluz. Poéticas y reflexiones de la poesía mexicana reciente
Rogelio Guedea y Jair Cortés (compiladores)
Fondo Editorial Tierra Adentro
2005, 248 pp.

viernes, 26 de octubre de 2007

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