PRESENTACIÓN
DENTRO DE OTRO TIEMPO: REFLEJOS DEL GRAN CAÑÓN
de Margaret Randall
Casa del Poeta
México, DF
Por María Vázquez Valdez
Debo agradecer a Margaret Randall por muchas cosas, pero hoy en particular debo darle las gracias por haberme permitido generosamente la traducción y edición de este libro. Gracias por este extenso recorrido por el Gran Cañón, por sus pendientes rojas de atardeceres maduros, sus aguas turbulentas y espumosas, a veces, otras apacibles y claras como espejos, sus historias cruentas, accidentes geológicos y visitantes insólitos.
Este es un libro particular en muchos sentidos. Es el primer libro de poemas de Margaret Randall que se publica en México. Según ella misma recuerda, en Perú publicó Parte de la solución en la década de los setenta, e Hiperión publicó en España Cuando el corazón de una mujer se rompe. Pero no en México, hasta ahora.
La larga trayectoria de Margaret Randall en América Latina, no sólo como poeta, sino como ensayista, fotógrafa, periodista y analista de cuestiones sociales y políticas, ha traído consigo una larga cauda de libros traducidos al español en muchos países, sin embargo su poesía no ha sido difundida lo suficiente en estos territorios donde ella misma ha sido gran promotora de poetas.
Hay que recordar su iniciativa y su trabajo en México al editar durante casi toda la década de los sesenta la legendaria revista El Corno Emplumado, que dirigiera un tiempo con Sergio Mondragón y en los últimos años con Robert Cohen. El Corno publicó obra de poetas desconocidos entonces, y difundió la obra de autores ya consolidados, entre los cuales Margaret recuerda a William Carlos Williams, Ezra Pound, Violeta Parra, Allen Ginsberg, Juan Bañuelos, Ernesto Cardenal, Octavio Paz, Diane di Prima, Lawrence Ferlinghetti, Thelma Nava, Nancy Morejón, Jerome Rothenberg, entre muchos, muchísimos otros.
En cuanto a su obra no poética, hay que recordar que Margaret publicó en México varios libros durante las décadas de los sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado, que han recibido un reconocimiento importante. Primero Siglo XXI editó Los hippies, que tuvo mucho éxito y aún sigue reeditándose. Luego publicó Las mujeres, una antología de escritos feministas de Estados Unidos, traducidos al español, y que se ha reeditado más de diez veces. Después vinieron los libros Mujeres en la Revolución, centrado en la mujer cubana, Todas estamos despiertas, sobre la mujer nicaragüense, y Espíritu de un pueblo, sobre la mujer vietnamita, entre otros títulos que han surgido en español con el sello de otras editoriales, y en países como España, Venezuela, Cuba, Perú y Nicaragua.
Que sirva este preámbulo para situar la obra y el trabajo de Margaret en coordenadas desde las cuales germinaron iniciativas importantes en México y en muchos otros países latinoamericanos.
Muchos autores como Cesare Pavese (o Freud, quien utilizara el término Traduttore-tradittore en 1905), han dicho que traducir es traicionar. Debo decir que en la traducción de este libro no me queda ese cargo de conciencia (no mucho, al menos) porque cada uno de estos poemas los recorrí con Margaret de la mano, en forma cotidiana, y eso es algo que le agradeceré siempre. Ella me guió pacientemente por estas rutas, a veces me hizo retroceder, reconsiderar, mirar de nuevo alguna formación rocosa, algún visitante desaparecido o el reflejo constante y asombroso de tanta belleza.
Durante la traducción, fueron muchos los viajes que hice por el Gran Cañón al ir escalando las páginas de este libro, deslizando palabras en este lugar que ahora conozco como a un ser querido. Viajes que puede hacer cualquier lector que se sumerja en estas hojas.
Desde niña Margaret ha recorrido el Gran Cañón, y como poeta lo hace con la pericia de quien ha vuelto con su palabra una y otra vez a esta "Multitud de muros translúcidos, ocres, rojos / dorados pálidos / cortados por sombra inexorable”.
En otro poema nos guía así: “Paisaje ondulante / creciendo y estrechándose, / abriendo y luego doblándose en sí mismo, / abrazándonos en su pulso remachado. / Sinfonía de ranuras estrechas / y huecos sensuales / donde el trabajo de una piedra / pulida por la constancia del agua / esculpe una mella particular / que reclama el corazón, / exuberante y agradecido”.
Estos poemas narran el encuentro de ese corazón exuberante y agradecido con sitios andados una y otra vez por la poeta, un abrazo constante a la grandeza y plenitud de esa constelación de sorpresas naturales que es el Gran Cañón. Lo define así: “Circunnavegar esa gran roca / por el borde estrecho sobre el cañón, / dejando que un ojo deambule / sobre el sensual remolino de piedra / hacia el agua impetuosa de abajo, / mi corazón golpea con miedo implacable / pero mis ojos cantan, / su memoria respira otra vez”.
Aquí los ojos de Margaret alcanzan imágenes pulcras, concisas, que se detienen meticulosas en los espacios, observan y narran un concierto diario, que en otra parte describe así: una luz que “se retira junto al gran muro de roca (…) / hasta que sólo su parte superior / pulsa en llamas. / Listón bruñido de cobre, / súbita lengua de oro / corriendo por sus bordes acanalados. / Gran vertical vertido en la luz más pura / cegando los sentidos, / recargando el aliento, / corriendo hacia atrás / hasta que se gasta a sí mismo / en ese último hilo, / lamedura final en la extremidad del tiempo”.
El tiempo es un personaje que reaparece una y otra vez en estos poemas, cuando nos dice: “Quiero atrapar la sombra / de un instante que se fue / hace doscientos millones de años”. O cuando invoca a los habitantes antiguos de esa tierra escarpada, y nos lleva por graneros anasazi todavía anónimos. Pero Margaret alcanza a percibirlos, desde la búsqueda de su silencio es capaz de distinguir esas presencias que habitan el Gran Cañón, y que son invisibles a otros ojos. Así nos cuenta: “Los graneros / están vacíos ahora, la gente ya no está / pero sus espíritus buscan y toman mi mano / mientras empiezo el largo descenso. / Ellos se quedan conmigo en el calor del delta / y más allá, / me susurran / mientras trato de grabar en mí este lugar / vacío de voces, lleno de voz”.
Caminante, mujer apasionada que no se arredra, Margaret es una viajera, una exploradora contemporánea que como mujer, como poeta, no deja de asombrar con anécdotas de sus viajes por Sudáfrica, Grecia y Jordania, por referir algunos sitios, o con sus excelentes fotografías. Asombro similar al que puede producir un paisaje fascinante como los que describe en este libro, que recoge con consistencia su pasión por uno de sus lugares más queridos.
Hay que decir que como fotógrafa, Margaret es una artista tan desarrollada, propositiva y experimentada que como poeta y ensayista. Series de fotografías que ha tomado en Vietnam, México o Uruguay desarrollan otro tipo de poesía, complementan su oficio con la palabra. Desde esa capacidad de escribir y describir con luz, detalla líneas como estas: “Si veo los muros de piedra, / estas agujas y contrafuertes / en blanco y negro, / toda la riqueza del color se desvanece. / Pero el matiz está ahí, y el tono. / Valores de la sombra. / Intensidad de la luz. / El espacio se profundiza. / La textura despeja su garganta / desplegando su plumaje más brillante”.
Y nos narra fotografías como esa, o como la siguiente: “El sol abraza a este día de junio / bañando los muros antiguos con luz magnífica, / transformando el negro en plateado, / esculpiendo las sombras más oscuras / y frotando los reflejos / hasta que un listón de margen en la ribera / se desdobla en su danza de tiempo”.
A la par de esa danza de tiempo, surgen también las muertes para habitar estas líneas: “Junto a este pasaje del río / emergen claramente / sólo porque el paisaje de su partida / reside dentro de mi piel, / tras mis ojos, / enreda mi cabello que se esfuma”.
Y nos lleva por historias de amor, accidentes o ambas cosas, por el recuerdo de que “Muchos se han ahogado aquí, / golpeados por el remolino interminable, / succionados por el hoyo gigante, / quebrados / o exhaustos, / llevados por una corriente más rápida que la vida”.
Decía que este es un libro particular en muchos sentidos. Lo es también dentro de la obra poética de Margaret. Encuentro tanto su vida como su poesía profundamente adentradas en cuestiones sociales, en una crítica a la política que aplican muchos países, incluyendo Estados Unidos por supuesto, dentro y fuera de sus fronteras. Vindico en especial esa cualidad de Margaret de adentrarse en los escenarios sociales y políticos de Cuba, Nicaragua, Vietnam o México en momentos claves de su historia y de considerar en su poesía, con claridad crítica, cuestiones como la invasión de Estados Unidos a Irak.
Sobre esto, hace tiempo dijo, y quiero recordarlo hoy aquí, en un momento de ácidas imposiciones del poder en todo el mundo: “la guerra de Estados Unidos en Irak, mejor dicho la invasión de Irak por parte de Estados Unidos, como tantos otros actos de la falsamente elegida administración Bush, ha sido un crimen de tamaño internacional. Mi posición frente a esa invasión y frente a tantos actos criminales de Bush y sus compinches, es de rechazo absoluto. Como activista, como poeta, como ser humano, tengo que colocarme al lado de la vasta mayoría de la humanidad que quiere la vida y rechaza la muerte. Amo a mi país, a su verdadera cultura, a su propia historia de rebelión, y es por ese mismo amor que no puedo apoyar esos crímenes”.
Gran parte de la obra de Margaret señala con constancia y precisión el yugo impuesto por los que tienen el poder sobre los más débiles, en muchos países y épocas. En ese sentido hay que decir que el libro que hoy presentamos toca tangencialmente problemas sociales y de pronto por ahí aparece una crítica difuminada a la sociedad moderna, sin embargo la médula es el Gran Cañón como ente con múltiples aspectos que involucran tanto gente como historia, geología, navegación, pero sobre todo la amalgama de la roca, el agua y la luz, que Margaret describe en formas múltiples donde se conjugan esos elementos.
Los invito a entrar en este otro tiempo antiguo que invoca Margaret Randall, donde los miles de años han esculpido con paciencia, creando hendiduras permanentes para nuestros pasos. Otro tiempo que nos trasciende a profundidad, en este efímero instante que nos pertenece, para entregarnos a una inmensidad donde la luz y la poesía son las constantes.
Debo agradecer a Margaret Randall por muchas cosas, pero hoy en particular debo darle las gracias por haberme permitido generosamente la traducción y edición de este libro. Gracias por este extenso recorrido por el Gran Cañón, por sus pendientes rojas de atardeceres maduros, sus aguas turbulentas y espumosas, a veces, otras apacibles y claras como espejos, sus historias cruentas, accidentes geológicos y visitantes insólitos.
Este es un libro particular en muchos sentidos. Es el primer libro de poemas de Margaret Randall que se publica en México. Según ella misma recuerda, en Perú publicó Parte de la solución en la década de los setenta, e Hiperión publicó en España Cuando el corazón de una mujer se rompe. Pero no en México, hasta ahora.
La larga trayectoria de Margaret Randall en América Latina, no sólo como poeta, sino como ensayista, fotógrafa, periodista y analista de cuestiones sociales y políticas, ha traído consigo una larga cauda de libros traducidos al español en muchos países, sin embargo su poesía no ha sido difundida lo suficiente en estos territorios donde ella misma ha sido gran promotora de poetas.
Hay que recordar su iniciativa y su trabajo en México al editar durante casi toda la década de los sesenta la legendaria revista El Corno Emplumado, que dirigiera un tiempo con Sergio Mondragón y en los últimos años con Robert Cohen. El Corno publicó obra de poetas desconocidos entonces, y difundió la obra de autores ya consolidados, entre los cuales Margaret recuerda a William Carlos Williams, Ezra Pound, Violeta Parra, Allen Ginsberg, Juan Bañuelos, Ernesto Cardenal, Octavio Paz, Diane di Prima, Lawrence Ferlinghetti, Thelma Nava, Nancy Morejón, Jerome Rothenberg, entre muchos, muchísimos otros.
En cuanto a su obra no poética, hay que recordar que Margaret publicó en México varios libros durante las décadas de los sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado, que han recibido un reconocimiento importante. Primero Siglo XXI editó Los hippies, que tuvo mucho éxito y aún sigue reeditándose. Luego publicó Las mujeres, una antología de escritos feministas de Estados Unidos, traducidos al español, y que se ha reeditado más de diez veces. Después vinieron los libros Mujeres en la Revolución, centrado en la mujer cubana, Todas estamos despiertas, sobre la mujer nicaragüense, y Espíritu de un pueblo, sobre la mujer vietnamita, entre otros títulos que han surgido en español con el sello de otras editoriales, y en países como España, Venezuela, Cuba, Perú y Nicaragua.
Que sirva este preámbulo para situar la obra y el trabajo de Margaret en coordenadas desde las cuales germinaron iniciativas importantes en México y en muchos otros países latinoamericanos.
Muchos autores como Cesare Pavese (o Freud, quien utilizara el término Traduttore-tradittore en 1905), han dicho que traducir es traicionar. Debo decir que en la traducción de este libro no me queda ese cargo de conciencia (no mucho, al menos) porque cada uno de estos poemas los recorrí con Margaret de la mano, en forma cotidiana, y eso es algo que le agradeceré siempre. Ella me guió pacientemente por estas rutas, a veces me hizo retroceder, reconsiderar, mirar de nuevo alguna formación rocosa, algún visitante desaparecido o el reflejo constante y asombroso de tanta belleza.
Durante la traducción, fueron muchos los viajes que hice por el Gran Cañón al ir escalando las páginas de este libro, deslizando palabras en este lugar que ahora conozco como a un ser querido. Viajes que puede hacer cualquier lector que se sumerja en estas hojas.
Desde niña Margaret ha recorrido el Gran Cañón, y como poeta lo hace con la pericia de quien ha vuelto con su palabra una y otra vez a esta "Multitud de muros translúcidos, ocres, rojos / dorados pálidos / cortados por sombra inexorable”.
En otro poema nos guía así: “Paisaje ondulante / creciendo y estrechándose, / abriendo y luego doblándose en sí mismo, / abrazándonos en su pulso remachado. / Sinfonía de ranuras estrechas / y huecos sensuales / donde el trabajo de una piedra / pulida por la constancia del agua / esculpe una mella particular / que reclama el corazón, / exuberante y agradecido”.
Estos poemas narran el encuentro de ese corazón exuberante y agradecido con sitios andados una y otra vez por la poeta, un abrazo constante a la grandeza y plenitud de esa constelación de sorpresas naturales que es el Gran Cañón. Lo define así: “Circunnavegar esa gran roca / por el borde estrecho sobre el cañón, / dejando que un ojo deambule / sobre el sensual remolino de piedra / hacia el agua impetuosa de abajo, / mi corazón golpea con miedo implacable / pero mis ojos cantan, / su memoria respira otra vez”.
Aquí los ojos de Margaret alcanzan imágenes pulcras, concisas, que se detienen meticulosas en los espacios, observan y narran un concierto diario, que en otra parte describe así: una luz que “se retira junto al gran muro de roca (…) / hasta que sólo su parte superior / pulsa en llamas. / Listón bruñido de cobre, / súbita lengua de oro / corriendo por sus bordes acanalados. / Gran vertical vertido en la luz más pura / cegando los sentidos, / recargando el aliento, / corriendo hacia atrás / hasta que se gasta a sí mismo / en ese último hilo, / lamedura final en la extremidad del tiempo”.
El tiempo es un personaje que reaparece una y otra vez en estos poemas, cuando nos dice: “Quiero atrapar la sombra / de un instante que se fue / hace doscientos millones de años”. O cuando invoca a los habitantes antiguos de esa tierra escarpada, y nos lleva por graneros anasazi todavía anónimos. Pero Margaret alcanza a percibirlos, desde la búsqueda de su silencio es capaz de distinguir esas presencias que habitan el Gran Cañón, y que son invisibles a otros ojos. Así nos cuenta: “Los graneros / están vacíos ahora, la gente ya no está / pero sus espíritus buscan y toman mi mano / mientras empiezo el largo descenso. / Ellos se quedan conmigo en el calor del delta / y más allá, / me susurran / mientras trato de grabar en mí este lugar / vacío de voces, lleno de voz”.
Caminante, mujer apasionada que no se arredra, Margaret es una viajera, una exploradora contemporánea que como mujer, como poeta, no deja de asombrar con anécdotas de sus viajes por Sudáfrica, Grecia y Jordania, por referir algunos sitios, o con sus excelentes fotografías. Asombro similar al que puede producir un paisaje fascinante como los que describe en este libro, que recoge con consistencia su pasión por uno de sus lugares más queridos.
Hay que decir que como fotógrafa, Margaret es una artista tan desarrollada, propositiva y experimentada que como poeta y ensayista. Series de fotografías que ha tomado en Vietnam, México o Uruguay desarrollan otro tipo de poesía, complementan su oficio con la palabra. Desde esa capacidad de escribir y describir con luz, detalla líneas como estas: “Si veo los muros de piedra, / estas agujas y contrafuertes / en blanco y negro, / toda la riqueza del color se desvanece. / Pero el matiz está ahí, y el tono. / Valores de la sombra. / Intensidad de la luz. / El espacio se profundiza. / La textura despeja su garganta / desplegando su plumaje más brillante”.
Y nos narra fotografías como esa, o como la siguiente: “El sol abraza a este día de junio / bañando los muros antiguos con luz magnífica, / transformando el negro en plateado, / esculpiendo las sombras más oscuras / y frotando los reflejos / hasta que un listón de margen en la ribera / se desdobla en su danza de tiempo”.
A la par de esa danza de tiempo, surgen también las muertes para habitar estas líneas: “Junto a este pasaje del río / emergen claramente / sólo porque el paisaje de su partida / reside dentro de mi piel, / tras mis ojos, / enreda mi cabello que se esfuma”.
Y nos lleva por historias de amor, accidentes o ambas cosas, por el recuerdo de que “Muchos se han ahogado aquí, / golpeados por el remolino interminable, / succionados por el hoyo gigante, / quebrados / o exhaustos, / llevados por una corriente más rápida que la vida”.
Decía que este es un libro particular en muchos sentidos. Lo es también dentro de la obra poética de Margaret. Encuentro tanto su vida como su poesía profundamente adentradas en cuestiones sociales, en una crítica a la política que aplican muchos países, incluyendo Estados Unidos por supuesto, dentro y fuera de sus fronteras. Vindico en especial esa cualidad de Margaret de adentrarse en los escenarios sociales y políticos de Cuba, Nicaragua, Vietnam o México en momentos claves de su historia y de considerar en su poesía, con claridad crítica, cuestiones como la invasión de Estados Unidos a Irak.
Sobre esto, hace tiempo dijo, y quiero recordarlo hoy aquí, en un momento de ácidas imposiciones del poder en todo el mundo: “la guerra de Estados Unidos en Irak, mejor dicho la invasión de Irak por parte de Estados Unidos, como tantos otros actos de la falsamente elegida administración Bush, ha sido un crimen de tamaño internacional. Mi posición frente a esa invasión y frente a tantos actos criminales de Bush y sus compinches, es de rechazo absoluto. Como activista, como poeta, como ser humano, tengo que colocarme al lado de la vasta mayoría de la humanidad que quiere la vida y rechaza la muerte. Amo a mi país, a su verdadera cultura, a su propia historia de rebelión, y es por ese mismo amor que no puedo apoyar esos crímenes”.
Gran parte de la obra de Margaret señala con constancia y precisión el yugo impuesto por los que tienen el poder sobre los más débiles, en muchos países y épocas. En ese sentido hay que decir que el libro que hoy presentamos toca tangencialmente problemas sociales y de pronto por ahí aparece una crítica difuminada a la sociedad moderna, sin embargo la médula es el Gran Cañón como ente con múltiples aspectos que involucran tanto gente como historia, geología, navegación, pero sobre todo la amalgama de la roca, el agua y la luz, que Margaret describe en formas múltiples donde se conjugan esos elementos.
Los invito a entrar en este otro tiempo antiguo que invoca Margaret Randall, donde los miles de años han esculpido con paciencia, creando hendiduras permanentes para nuestros pasos. Otro tiempo que nos trasciende a profundidad, en este efímero instante que nos pertenece, para entregarnos a una inmensidad donde la luz y la poesía son las constantes.
Casa del Poeta
México, DF
Septiembre de 2006
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