Basta un instante,
un soplo bendecido
para llegar al fondo,
al sitio donde la materia se suspende
absorta en sí misma
para diluirse en el todo,
sin identidad ni apegos,
sin temor
Ahí nace todo fuego,
confines del tiempo,
ramillete de orígenes iluminados
Ahí nace el movimiento,
placas tectónicas
que sostienen todo núcleo,
toda periferia
Ahí nace el amor
y nacen también
el dolor y el canto
Y la voluntad del latido,
el vuelo iridiscente del aliento,
es un ave que al fin se reconoce
libre para recordar su origen
Libre para hacer a un lado
la individualidad y los espejos
Libre para recordar
la potestad del Ser
y la luminiscencia de la carne
Libre para entregarse a la caída
de lo grande en lo pequeño,
a la heredad de los milagros
de los que somos parte
Libre para aceptar
el mandato del deleite
sembrado en cada germen
que se descubre vida
Porque todo permanece ahí,
un pasito más allá
de cada cuerpo,
un granito de arena más allá
de lo evidente,
recordando la grandeza
en un himno interminable
Todo pulsa ahí,
más allá de la penumbra y la agonía
donde el dolor no es sufrimiento
y el amor no conoce el miedo
Todo pulsa ahí y es belleza,
todo pulsa ahí y es perfecto,
todo pulsa ahí
y es un mandala infinito
en cada cuerpo.
María Vázquez Valdez