martes, 18 de octubre de 2011

Los alambiques exactos de Portishead




A Jorge, Ana y Vania

Ella se sumerge en trance, nos lleva en trance por caminos ríspidos y de terciopelo. Es grande y tan pequeña: enorme, se levanta en nada más que en su voz. Sabe a dónde va, y toda su fuerza se sostiene en el pulso que nos comunica. Poderosa, sabe su arte: Beth Gibbons enriquecida en tiempo.

En un erial de más inercia que música, exceso de ruido, sobredosis de mercadotecnia y ausencia de talento, el arte se levanta como flama entre la nieve: perla en bisutería. Así Portishead el sábado 15 de octubre en el grandilocuente festival de música en el que compartió escenario con propuestas imberbes (algunas) o poco sólidas (la mayoría).

17 años después de Dummy, el tiempo ha puesto en su lugar a Gibbons y a Barrow, un par de desempleados de Bristol que, al encontrarse, crearon no una hoguera, sino un volcán en una obra magra, construida a pulso y sin desperdicio.

La voz de los primeros tres sencillos, “Numb”, “Sour Times” y “Glory Box” es la misma que nos entregó Gibbons el sábado: profundidad, sutileza y oscuridad.  “Wandering stars, for whom it is reserved. The blackness of darkness forever”, y el escenario se pone azul, como ella, mujer celeste cuyo murmullo se eleva en huracán —la potencia desmedida de lo sutil.

Luego nos canta “As she walks in the room / scented and torn / hesitating once more”, pero no, ella no vacila, de principio a fin se sostiene del micrófono, con los ojos entrecerrados, entregada a su canto. No, no vacila. Y mientras canta “The Rip” el video que conocemos se desborda en las pantallas, como un reflejo de los que observamos: el vuelo, las calaveras, la multitud.

El trío de Beth Gibbons, Geoff Barrow y Adrian Utley nos entregó un sonido color rojo sangre que a estas alturas ya tiene lustros: “Give me a reason to love you / Give me a reason to be a woman”.

Amargura en estocada dulce, guitarra en soliloquio y abstracción para los ojos: la mezcla es efectiva, sostiene su tradición en un descubrimiento que nos hechiza. Sí, Gibbons hechiza a la tribu en vivo, más de quince años después de que su primer disco fuera incluido entre los mejores álbumes que han existido.

Nos han hecho esperar durante largas pausas, pero lo que nos han entregado no admite la depuración. Hemos recibido la pulcritud de obras sin aristas, decantadas —también en vivo— en alambiques exactos. 

María Vázquez Valdez 

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