martes, 20 de noviembre de 2012

DANZA


Una llamarada ondulante
levanta los huesos,
urna del corazón
para acercarlo al cielo

Espigas se abren en las manos
y los pies danzan
sobre el amor,
alrededor de él,
tesoro inaudito.

Todo surge en alabanza
hasta alcanzar los cálidos filamentos
de lo infinito.

María Vázquez Valdez

lunes, 12 de noviembre de 2012

PLANETA AGUA


María Vázquez Valdez

Una caricatura resume nuestro gran problema planetario. Un par de extraterrestres llegan a la Tierra después de que se extinguió el ser humano, y uno de ellos le dice al otro: “No es extraño que se hayan extinguido estos seres, si para deshacerse de sus desechos utilizaban el agua que les daba vida”.

Suena absurdo, y de hecho lo es: innumerables situaciones derivadas del sistema de vida que hemos desarrollado son absurdas pues están acabando con los ecosistemas que nos dan vida.

Así, tenemos que en gran parte del mundo utilizamos inodoros por medio de los cuales desperdiciamos mucha agua, y además la contaminamos; tenemos industrias que hacen un uso indiscriminado de recursos naturales, entre ellos agua, y que por si fuera poco utilizan los ríos y los mares para deshacerse de sus desechos; tenemos legislaciones y formas de vida que no coinciden con una lógica de conservación, sino de desperdicio indiscriminado.

La depredación exhaustiva de recursos naturales alcanza todos los órdenes, pero sabemos que en lo que respecta al agua nos acerca a una situación límite, pues sin agua potable no será posible vivir en un futuro muy cercano, que para muchas personas ya representa un presente ineludible: la tercera parte de la población mundial ya padece carestía de agua.

Sí, este planeta Tierra debería llamarse Agua porque, como sabemos, dos terceras partes están conformadas por agua. Pero eso no significa que sea líquido potable. Según Greenpeace, sólo 2.5% del agua del planeta es dulce, y de ésta sólo 0.3% se encuentra en ubicaciones superficiales de manera que podamos utilizarla los seres humanos. Y de ese porcentaje mínimo, una gran cantidad del líquido ya está contaminado por nosotros mismos.

Hablemos por ejemplo de la situación de los ríos en México. Según estudios que ha llevado a cabo Greenpeace, actualmente se descarga a los ríos de México un volumen de 243 metros cúbicos por segundo de aguas residuales municipales y 188.7 metros cúbicos por segundo de aguas industriales. Cientos de sustancias químicas van a parar a los ríos de México, ocasionando daños entre las poblaciones como un aumento indiscriminado de enfermedades.

Un ejemplo de ello es el caso del Río Grande de Santiago, ubicado en los municipios de El Salto y Juanacatlán en el estado de Jalisco, donde se han dado casos extremos como la muerte del niño Miguel Ángel López Rocha debido, supuestamente, a una intoxicación por arsénico luego de que cayó en el río.

En dicha zona se han reportado descargas de químicos como plomo, mercurio y cianuro de forma sostenida por parte de diversas industrias incluidas en el Registro de Emisión y Transferencia de Contaminantes (RETC), entre las cuales son diez las que acusan los reportes más elevados de metales pesados y cianuro: Cervecería Modelo de Guadalajara, Nestlé México, Cervecería Cuauhtémoc Moctezuma e IBM de México, entre otras.

Las poblaciones de dicha zona —botón de muestra de muchas otras áreas en México y en el mundo— están a expensas de una contaminación atroz no sólo del agua sino también del aire debido a las chimeneas de las fábricas que están ahí instaladas, y se encuentran a merced no sólo de legislaciones laxas a favor de las industrias, sino de asentamientos urbanos cada vez más numerosos, pues son sitios en los que la industria de la construcción ha encontrado nichos de consumo favorables.

¿Qué pasa entonces con la salud de quienes tienen la mala suerte de habitar cerca de estos cuerpos de agua contaminados? Pues no necesitan caer al río para sufrir las consecuencias de una exposición a sustancias venenosas: hoy sabemos que al menos 18 millones de niños menores de cinco años mueren cada año por enfermedades relacionadas con la contaminación en ríos y lagos. Una larga lista de enfermedades derivadas de dicha exposición, malformaciones congénitas y altas tasas de mortalidad son parte de los saldos de este comportamiento generalizado de industrias y gobiernos.

Porque de las principales fuentes de contaminación del agua —las aguas residuales que generamos, los líquidos que se producen en los basureros y que se filtran al suelo, y las aguas residuales de las industrias—, son los vertidos industriales los que provocan más daño al medio ambiente y a las poblaciones aledañas.

Estas fuentes de contaminación del agua representan lo que sucede en muchos órdenes y niveles, incluyendo el cuerpo humano, pues somos una abstracción del planeta: aproximadamente un 70% de nuestro cuerpo es agua.

“Como es adentro es afuera”, dice una de las leyes universales del Kybalión, y así pareciera operar esta tendencia a contaminar el agua no sólo al exterior sino al interior de nuestros cuerpos porque, ¿qué líquidos bebemos? Sabemos que los índices de consumo de refrescos en México son los más altos del planeta, tanto que, según la organización El Poder del Consumidor, los mayores consumidores de refrescos en el mundo somos los mexicanos, en una fórmula en la que también somos el país con mayores índices de obesidad y diabetes, y tenemos una de las tasas más altas de mortalidad por diabetes a nivel internacional.

A esto aunamos el consumo de bebidas enlatadas como jugos, leches de sabores, tés dietéticos, etcétera. Bebidas que lejos de nutrir o depurar el organismo, traen consigo un exceso de azúcares, colorantes, saborizantes artificiales y conservadores, además de que para su fabricación se utilizan grandes cantidades de agua y sus industrias productoras acusan comportamientos de contaminación masiva de afluentes.

Así pues, el mismo conflicto que tenemos afuera está adentro también, y ha alcanzado la categoría de un problema epidémico, tanto en lo que se refiere al ámbito de la salud humana como en el orden ambiental y con una tendencia creciente, pues sabemos que el agua sigue un proceso de circulación que conocemos como ciclo hidrológico, en el cual el líquido únicamente cambia de sitio o transforma su estado físico. Según este ciclo, es lógico que el agua contaminada regrese igualmente contaminada para emprender nuevamente un proceso de por sí contaminante.

Lo que conocemos como la Huella Ecológica de la humanidad —vinculada con la Huella Hídrica—, que compara el consumo humano con la capacidad que tiene el planeta de regenerarse, arrojando un análisis de demandas humanas sobre la biosfera, es distinta de un país a otro, y ha variado considerablemente también con el paso del tiempo.

Así, según el Informe Planeta Vivo, si todos viviéramos como un indonesio medio utilizaríamos sólo dos terceras partes de la biocapacidad que tiene la Tierra, mientras que si todos viviéramos como un argentino, requeriríamos más de medio planeta adicional al que tenemos; y si todos viviéramos como la población media de Estados Unidos, necesitaríamos cuatro Tierras para cubrir nuestras demandas anuales. ¿Qué Huella Ecológica se deriva de nuestros hábitos de vida y de consumo?

Está claro que no estamos haciendo lo necesario —ni a nivel personal, comunitario, industrial, nacional o mundial— para lograr revertir los problemas ecológicos que vemos crecer como espuma. En este ritmo frenético de uso, desperdicio y contaminación, sin medidas efectivas, acciones urgentes y cambio consciente de legislaciones, amenaza con llegarnos el agua al cuello. Lamentablemente es agua (muy) contaminada.