GRAN CAÑÓN
Para Margaret Randall y Barbara Byers,
guías generosas en esta travesía
Para Margaret Randall y Barbara Byers,
guías generosas en esta travesía
Julio de 2007
(Puerta)
Trazadas por no sé qué mano,
qué pincel de extrañas coincidencias,
las puertas que nos atraviesan
describen una historia,
yacen en reposo hasta que llega un día
que se abren
y ocurre el viraje,
el surgimiento
(Carretera)
Del desierto hincado sobre el horizonte
la tierra se va erizando
hasta formar montañas
Mis ojos entran descalzos
en esta transformación
y Flagstaff no es el mismo
que hace doce años,
esta plenitud rocosa
explica su potencia como umbral
(Camino)
El ángel brillante es una cúspide nublada
al amanecer
Apenas aparece un trozo rojo de horizonte
y el camino
tiene una inclinación suave,
como yo por dentro
El cielo gris, denso de nubes,
sostiene al Sol, lo contiene,
y el camino se va transformando,
su palidez va enrojeciendo,
como cuando late el corazón más fuerte,
cuando el amor pulsa desde el núcleo
Unas gotas humedecen
desde las nubes erguidas,
mojan suavemente
Nada es agresivo aquí,
el descenso a esta médula de tierra
tiene la pulcritud del viento
que corta como navaja
estas montañas encendidas,
carne al rojo vivo
En el descenso los jardines indios
son de un verde breve pero exuberante,
cruzados por un río
que murmura entre las piedras
Al final de ese trecho el punto plateado
es una saliente suspendida entre cóndores
que atisba el río
y su húmeda majestad
El lugar expuesto más antiguo del planeta,
rocas que han visto a generaciones de ojos
dejarse ir en vuelo
sobre esa honda presencia
Entre carne abierta y petrificada
desciendo y asciendo hacia mí misma
Lo más parecido a una forma humana
interna, invisible, aquí es de piedra
En carne viva estos cortes profundos
es lo que tenemos para medirnos
hacia atrás
Esa honda infinidad
que antecede lo que conocemos
(Preguntas)
En esta caída toda carne,
mi carne
es minúscula,
se diluye de tan ínfima
y se reconoce grande
estos muros rojos me abrazan
en un vientre que palpita
¿Qué dolor es grande aquí?
¿Qué herida es devastadora?
Nada alcanza la estatura de estos seres,
lo humano es unos segundos
en el día de este planeta,
mi tiempo es un respiro,
mi carne cenizas
que se reconocen encendidas
por el momento que lleva mi nombre
¿Qué pérdida es definitiva en estos muros?
¿Qué amor es imposible de olvidar aquí?
Desde mi pequeñez me declaro heredera,
con la humildad de los seres frágiles
pero incrustados en la memoria del todo
(Intermedio)
Sombras y luces,
colores que brotan en una acuarela ondulante,
al atardecer un velo de sangre ligera
se esparce cantando
Una siembra de palacios
congrega con garbo
los colores y los vientos
Los arces irrumpen suavemente,
se deslizan en un estrépito extraño
sobre el viento nocturno del Gran Cañón
Su piel es rojiza como los estratos de los muros,
sus ojos brillan con esmero manso
cortando ráfagas nocturnas
Vientos cargados de vida me trajeron hasta aquí,
manos luminosas
(Diamante)
En estos pasos sobre la montaña expuesta
mi carga también ha sido revelada
Un fardo, sordo y alejado de mí misma
anulando todo paso,
se ha desmoronado en el camino
Trozos duros como cáscara de heridas se desprenden
cobrando su cuota de punzadas tristes,
y se van
como esos cóndores sobre el viento
El camino talla y aclara la mirada,
las formas se diluyen como el carbón
que oculta al diamante
Surge un resplandor breve pero intacto,
en esta imagen del Gran Cañón que se imprime
en la retina, en la piel, en el sueño, en el futuro.
(Puerta)
Trazadas por no sé qué mano,
qué pincel de extrañas coincidencias,
las puertas que nos atraviesan
describen una historia,
yacen en reposo hasta que llega un día
que se abren
y ocurre el viraje,
el surgimiento
(Carretera)
Del desierto hincado sobre el horizonte
la tierra se va erizando
hasta formar montañas
Mis ojos entran descalzos
en esta transformación
y Flagstaff no es el mismo
que hace doce años,
esta plenitud rocosa
explica su potencia como umbral
(Camino)
El ángel brillante es una cúspide nublada
al amanecer
Apenas aparece un trozo rojo de horizonte
y el camino
tiene una inclinación suave,
como yo por dentro
El cielo gris, denso de nubes,
sostiene al Sol, lo contiene,
y el camino se va transformando,
su palidez va enrojeciendo,
como cuando late el corazón más fuerte,
cuando el amor pulsa desde el núcleo
Unas gotas humedecen
desde las nubes erguidas,
mojan suavemente
Nada es agresivo aquí,
el descenso a esta médula de tierra
tiene la pulcritud del viento
que corta como navaja
estas montañas encendidas,
carne al rojo vivo
En el descenso los jardines indios
son de un verde breve pero exuberante,
cruzados por un río
que murmura entre las piedras
Al final de ese trecho el punto plateado
es una saliente suspendida entre cóndores
que atisba el río
y su húmeda majestad
El lugar expuesto más antiguo del planeta,
rocas que han visto a generaciones de ojos
dejarse ir en vuelo
sobre esa honda presencia
Entre carne abierta y petrificada
desciendo y asciendo hacia mí misma
Lo más parecido a una forma humana
interna, invisible, aquí es de piedra
En carne viva estos cortes profundos
es lo que tenemos para medirnos
hacia atrás
Esa honda infinidad
que antecede lo que conocemos
(Preguntas)
En esta caída toda carne,
mi carne
es minúscula,
se diluye de tan ínfima
y se reconoce grande
estos muros rojos me abrazan
en un vientre que palpita
¿Qué dolor es grande aquí?
¿Qué herida es devastadora?
Nada alcanza la estatura de estos seres,
lo humano es unos segundos
en el día de este planeta,
mi tiempo es un respiro,
mi carne cenizas
que se reconocen encendidas
por el momento que lleva mi nombre
¿Qué pérdida es definitiva en estos muros?
¿Qué amor es imposible de olvidar aquí?
Desde mi pequeñez me declaro heredera,
con la humildad de los seres frágiles
pero incrustados en la memoria del todo
(Intermedio)
Sombras y luces,
colores que brotan en una acuarela ondulante,
al atardecer un velo de sangre ligera
se esparce cantando
Una siembra de palacios
congrega con garbo
los colores y los vientos
Los arces irrumpen suavemente,
se deslizan en un estrépito extraño
sobre el viento nocturno del Gran Cañón
Su piel es rojiza como los estratos de los muros,
sus ojos brillan con esmero manso
cortando ráfagas nocturnas
Vientos cargados de vida me trajeron hasta aquí,
manos luminosas
(Diamante)
En estos pasos sobre la montaña expuesta
mi carga también ha sido revelada
Un fardo, sordo y alejado de mí misma
anulando todo paso,
se ha desmoronado en el camino
Trozos duros como cáscara de heridas se desprenden
cobrando su cuota de punzadas tristes,
y se van
como esos cóndores sobre el viento
El camino talla y aclara la mirada,
las formas se diluyen como el carbón
que oculta al diamante
Surge un resplandor breve pero intacto,
en esta imagen del Gran Cañón que se imprime
en la retina, en la piel, en el sueño, en el futuro.
1 comentario:
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