A Saartjie Baartman, In Memoriam
Principios
del siglo XIX en Europa. Una mujer negra es objeto de diversión, explotación
laboral, satisfacción sexual, escarnio y exhibición, incluso más allá de la
muerte, cuando es mutilada y exhibida grotescamente —y en partes— durante casi
dos siglos en un museo.
En
el caso de Saartjie Baartman se destilan profundidades del morbo humano,
incapacidad de compasión, explotación intensa de la mujer y segregación racial,
cultural y social. Una elocuente radiografía de la injusticia inhumana.
La
palabra digno viene del latín dignus,
que significa ser merecedor de algo. Saartjie no fue merecedora de nada que no
fuera la explotación más abyecta, que la empujó por un tortuoso camino hasta la
muerte a los 25 años. Cuatro años antes, en 1810, fue llevada —con su
consentimiento pero al parecer con engaños— de Sudáfrica a Inglaterra para ser
exhibida como si fuera un animal exótico.
Le
llamaban la Venus Hotentote con desprecio: hottentot
significa tartamundo en holandés; la lengua que ella hablaba en su tierra era
el afrikaans, derivado justamente de
la colonización holandesa. Su sueño: bailar y cantar —“ser artista”.
La
historia de La Venus negra nos la
cuenta ahora el director Abdelatif Kechiche (franco-tunecino) en una cinta
estremecedora —a ratos tan sórdida que muchos espectadores huyen de la sala,
especialmente parejas.
Algunas
escenas muestran a una sociedad depravada y pueden ser repulsivas, pero la
cinta también nos cuenta que en sus primeros años en Europa, Saartjie tuvo la
oportunidad de escapar a su destino, cuando una asociación pidió que se le
liberara, aduciendo esclavitud, pero ella declaró que ganaba la mitad del
dinero que se obtenía de sus presentaciones. ¿Por qué? ¿Por qué Saartjie no
aprovechó esa oportunidad para levantarse de una caída de la que sólo tenía
escapatoria en el alcohol? Quizá se quedó tras sus barrotes por miedo a sus
explotadores, por no tener a dónde ir o por no arriesgarse a perder a final de
cuentas una “protección” que sin embargo la estaba martirizando. Quizá se quedó
encadenada al sueño que la llevó a Europa, y que sólo logró en esporádicos
resplandores de insumisión que le costaron tremendas golpizas.
Toda
su vida, Baartman fue maltratada por sus explotadores, que la vendieron desde
niña como esclava, y luego la exhibieron con total impudicia en una serie de
eventos cada vez más decadentes, pero también fue vulnerada por sus
espectadores, que la aguijonearon con un morbo malsano, y finalmente, durante
generaciones, la escrutaron en el Museo del Hombre de París, con la coartada de que se trataba de
una exhibición científica, para la cual también su cuerpo fue vendido y mostrado en partes —se destacó principalmente la exhibición de sus genitales y su cerebro, órganos que en vida también fueran objeto de la peor explotación de la que fue víctima.
Ni
en vida ni en muerte Saartjie Baartman fue respetada, hasta que Nelson Mandela
la vindicó en 2002, luego de mucho tiempo de negociación entre Sudáfrica y
Francia, y logró repatriar sus restos que finalmente fueron sepultados en el
Valle Gamtoos, su tierra, donde esperamos que, ahora sí, descanse en paz.
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