sábado, 25 de agosto de 2007

EMMA’S GLÜCK
(LA SUERTE DE EMMA)
Dir: Sven Taddicken
Alemania, 2006

De pronto la muerte se anuncia, o llega sin anunciarse. De pronto la vida irrumpe con una cauda de personajes nuevos y de eventos que transforman lo cotidiano. Aquí algunas reflexiones que me dejó esta cinta que vi en la cineteca este sábado lluvioso dentro del Ciclo de Cine Alemán.

La suerte de Emma es una tragicomedia que elabora una reflexión acerca de la vida y la muerte, el término abrupto de la cotidianeidad; las sorpresas que se presentan de pronto sin aviso previo y que transforman la vida —y también la muerte— en un instante.

Los protagonistas son dos seres solitarios: Emma (Jördis Triebel) es una joven granjera amenazada por las deudas, que subsiste de sus animales a quienes mata con ternura (“ein, zwei, drei, vier, fünf, sechs, sieben, acht…”); Max (Jürgen Vogel) es empleado de un negocio de venta de autos a quien de pronto le diagnostican cáncer terminal de páncreas.

Max decide ir a costas mexicanas a pasar sus últimos días, a tratar de robarle al tiempo la oportunidad de aprender a nadar, tumbarse en una hamaca y observar aves. En esas está, a punto de robarle una noche lluviosa el dinero escondido en una pecera a su jefe y amigo cuando éste llega y empieza la persecución en auto. Max desiste en la huída y decide volar el Jaguar que maneja en una curva, en una sucesión de momentos que le traen imágenes de la niñez en portarretratos, objetos, su propia sonrisa, hasta que se estrella en el suelo. En el suelo de Emma.

Ella escucha el estrépito, sale a la noche lluviosa y saca a Max de su auto. Lo revisa, cura, huele, lo desnuda, duerme con él, que sigue inconsciente —hay que decir que para la solitaria Emma la presencia en esas condiciones de un hombre que le gusta tiene una enorme carga de evento fortuito.

Pero Emma antes de dormir encuentra el dinero en el auto, una enorme cantidad que le ayudará a pagar todas sus deudas. Decide esconderlo y quemar el auto con la gasolina de su motoneta.

Al día siguiente, cuando Max le pregunta, ella responde que no sacó nada del auto, aunque más tarde él, al esconderse del policía pretendiente de Emma, encuentra el recipiente que contuviera el dinero. Emma reacciona ante el reclamo: le devuelve el dinero, y también empieza a quitar las defensas de su personalidad para enamorarse poco a poco de Max. Y él también de ella.

La historia de ambos, después de que Max paga las deudas de Emma, y sufre dolores cada vez más fuertes que lo llevan al hospital, culmina en matrimonio, y el final me lo reservo, pues no es mi intención arruinarle la historia a nadie que se aventure a leer estas líneas y quiera ver la película, pero sí quiero compartir aquí mis reflexiones:

Tanto Emma como Max llegan a la vida del otro justo con lo que el otro necesita. Emma conoce la muerte como la palma de su mano, incluso le dice a Max al conocerlo que el miedo a la muerte es peor que la muerte misma. Además, Emma tiene una vida exuberante dentro de sí, está deseosa de vida sexual, amorosa, está deseosa de compartir. Y Max, por su parte, está a punto de vivir sus últimos días; solo, encuentra a una mujer dispuesta a quererlo, cuidarlo, y que además necesita justo el dinero que él trae en esta última escapada de su vida.

Ambos llegaron equipados con lo justo en el momento justo. Ambos corrieron con suerte siendo la suerte misma del otro. Aunque la historia de amor tuviera una caducidad demasiado pronta, tuvo la intensidad suficiente para no terminar, como lo indica una escena final en la que no hay pérdida, sino todo lo contrario.

La moraleja podría sostener que la vida es así —y también la muerte—: tiene justo lo que necesitamos en los atavíos más desconcertantes, a veces, pero también, siempre, los más adecuados.

Y sí, la vida es un milagro.