jueves, 6 de agosto de 2015

RÉQUIEM PARA LXS CINCO


Fotografía de Rubén Espinosa Becerril


Este asesinato múltiple te cimbra hasta los huesos porque lo sientes atrozmente cerca, en espacio, en tiempo, en circunstancias. De pronto no entiendes por qué te duele tanto. La lógica no alcanza a dar explicaciones suficientes. Tal vez porque cualquiera de los asesinados podría ser un familiar tuyo, un amigo, una amiga imprescindible. Tal vez porque, debido a cualquier circunstancia, tú podrías ser el asesinado —como Rubén Espinosa—, o alguna de las asesinadas —como Nadia Vera, Yesenia Quiroz, Alejandra Negrete o Mile Virginia Martín—. Tal vez porque vives en la Ciudad de México, tan cerca del lugar de una masacre tan cruenta que parece irreal. Tal vez porque eres mujer y se te eriza la piel de dolor al pensar que cuatro mujeres fueron violadas, torturadas y asesinadas en el cruce de unas calles por las que atraviesas con frecuencia, por las que nunca podrás volver a caminar de la misma manera. Tal vez porque estudiaste periodismo, y sabes lo que es esa pulsión indignada por contar la verdad, por evidenciar esa suerte de maquillaje turbio de los políticos mexicanos, máscara cada vez más repugnante, cada vez más obvia, cada vez más instalada en un priísmo que se vuelve insoportablemente impune. Tal vez lloras cada vez que observas una fotografía de Rubén Espinosa porque tú misma has sido fotógrafa o fotógrafo durante mucho tiempo, y sabes lo que es esa pasión por la imagen, ese amor por los contornos, el color y el ángulo, ese entresacar rostros y escenas de una sociedad cada vez más lastimada para tratar de bordar en los ojos de otros un poco de conciencia —un poco de coherencia—; tal vez no dejas de mirar esas imágenes porque las sientes febrilmente cerca, tristemente tuyas porque compartes esa complicidad con el obturador que también tuviera un fotógrafo que nunca más volverá a expresarse, a dibujar una imagen con luz. Tal vez cuando escuchas las palabras de Nadia tu indignación crece, se hace mayor, te hace apretar los dientes porque podría ser cualquiera de tus entrañables amigas activistas, o tú misma —tú mismo— has estado cerca de muchas causas, y la comprendes como a una hermana que reflexiona —porque desde la muerte seguirá reflexionando en nosotrxs— capaz de exponerse, de jugarse el pellejo hasta el tiro de gracia a costa de decir lo que piensa, de acusar cuando es preciso acusar, cuando ya no queda de otra, si es que se quiere conservar el alma digna en medio de tanta turbiedad. Tal vez te duele porque te das cuenta de que este país que amas tanto, este hermoso cuerno de la abundancia, está siendo cercenado desde sus raíces más entrañables, hipnotizado por los medios de comunicación coludidos con el poder, secuestrado por una oligarquía partidista, amenazado —y no protegido, mucho menos enriquecido— por los políticos instalados en el gobierno, capaces de matar impunemente por haber sido fotografiados en un mal momento. Tal vez te duele tanto porque sabes que ese día aciago podría haber estado en ese departamento de la Narvarte cualquiera de tus hermanas o hermanos, cualquiera de tus amigas o amigos a los que amas tanto, que también estudiaron periodismo, que también son fotógrafos, o que también han sido activistas, que sabes que a costa de las amenazas que han recibido, siguen adelante tratando de mantener el miedo no como mordaza sino como aliado. Tal vez distingues ese tratamiento de la opinión pública, esas versiones que insultan tu inteligencia y la de los tuyos, cuando en lugar de investigar con precisión y compromiso este caso, se arrojan hipótesis que aluden a una fiesta o a la presencia de una colombiana entre los asesinados; entonces te enervas, no sólo por lo pueril de las versiones, sino porque sabes lo que es organizar una fiesta en la Narvarte, sabes lo que es tener entre tus amigos a colombianos —y muchos otros extranjeros— honorables más allá de su nacionalidad; sabes que esto es parte del esconder, manipular, maniatar a esas grandes ausentes en estas lides: la verdad, la justicia.
Pero tal vez no eres mujer, tal vez no vives en la Ciudad de México, ni estudiaste periodismo ni has sido fotógrafa, ni tienes a muchos amigos activistas o que podrían haber estado ese día ahí, pero igual este multihomicidio te araña hasta la médula porque sabes, presientes que en este país le puede pasar, cada vez con más frecuencia, a cualquiera de nosotras, de nosotros, de los tuyos, de los míos.
Y sin embargo, a pesar de que sabes que estas cosas infames pretenden callar, silenciar con miedo, amarrarnos las manos, dejarnos cada vez más desvalidos, sin voz valiente, sin arrojo y convicción, también sabes que más que nunca es el momento de no callarse, es el momento de no olvidar, es el momento de moverse, de multiplicar las fotografías incómodas, las declaraciones arriesgadas pero veraces, el espíritu que nos hace humanos para que nuestra voz, nuestra conciencia, nuestra fuerza, no sean decapitadas por un multihomicidio que pretende callar e inmovilizar no sólo a cinco personas, sino a muchísimas más.

María Vázquez Valdez

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