Fotografía de Rubén Espinosa Becerril
Este asesinato múltiple te cimbra hasta los huesos porque lo
sientes atrozmente cerca, en espacio, en tiempo, en circunstancias. De pronto
no entiendes por qué te duele tanto. La lógica no alcanza a dar explicaciones
suficientes. Tal vez porque cualquiera de los asesinados podría ser un familiar
tuyo, un amigo, una amiga imprescindible. Tal vez porque, debido a cualquier
circunstancia, tú podrías ser el asesinado —como Rubén Espinosa—, o alguna de las asesinadas —como Nadia Vera, Yesenia Quiroz, Alejandra Negrete o Mile Virginia Martín—. Tal vez
porque vives en la Ciudad de México, tan cerca del lugar de una masacre tan
cruenta que parece irreal. Tal vez porque eres mujer y se te eriza la piel de
dolor al pensar que cuatro mujeres fueron violadas, torturadas y asesinadas en
el cruce de unas calles por las que atraviesas con frecuencia, por las que
nunca podrás volver a caminar de la misma manera. Tal vez porque estudiaste
periodismo, y sabes lo que es esa pulsión indignada por contar la verdad, por evidenciar
esa suerte de maquillaje turbio de los políticos mexicanos, máscara cada vez
más repugnante, cada vez más obvia, cada vez más instalada en un priísmo que se
vuelve insoportablemente impune. Tal vez lloras cada vez que observas una
fotografía de Rubén Espinosa porque tú misma has sido fotógrafa o fotógrafo durante
mucho tiempo, y sabes lo que es esa pasión por la imagen, ese amor por los
contornos, el color y el ángulo, ese entresacar rostros y escenas de una
sociedad cada vez más lastimada para tratar de bordar en los ojos de otros un
poco de conciencia —un poco de coherencia—; tal vez no dejas de mirar esas
imágenes porque las sientes febrilmente cerca, tristemente tuyas porque
compartes esa complicidad con el obturador que también tuviera un fotógrafo que
nunca más volverá a expresarse, a dibujar una imagen con luz. Tal vez cuando
escuchas las palabras de Nadia tu indignación crece, se hace mayor, te hace
apretar los dientes porque podría ser cualquiera de tus entrañables amigas
activistas, o tú misma —tú mismo— has estado cerca de muchas causas, y la
comprendes como a una hermana que reflexiona —porque desde la muerte seguirá
reflexionando en nosotrxs— capaz de exponerse, de jugarse el pellejo hasta el
tiro de gracia a costa de decir lo que piensa, de acusar cuando es preciso
acusar, cuando ya no queda de otra, si es que se quiere conservar el alma digna
en medio de tanta turbiedad. Tal vez te duele porque te das cuenta de que
este país que amas tanto, este hermoso cuerno de la abundancia, está siendo
cercenado desde sus raíces más entrañables, hipnotizado por los medios de
comunicación coludidos con el poder, secuestrado por una oligarquía partidista,
amenazado —y no protegido, mucho menos enriquecido— por los políticos
instalados en el gobierno, capaces de matar impunemente por haber sido
fotografiados en un mal momento. Tal vez te duele tanto porque sabes que ese
día aciago podría haber estado en ese departamento de la Narvarte cualquiera de
tus hermanas o hermanos, cualquiera de tus amigas o amigos a los que amas
tanto, que también estudiaron periodismo, que también son fotógrafos, o que
también han sido activistas, que sabes que a costa de las amenazas que han
recibido, siguen adelante tratando de mantener el miedo no como mordaza sino
como aliado. Tal vez distingues ese tratamiento de la opinión pública, esas
versiones que insultan tu inteligencia y la de los tuyos, cuando en lugar de
investigar con precisión y compromiso este caso, se arrojan hipótesis que
aluden a una fiesta o a la presencia de una colombiana entre los asesinados;
entonces te enervas, no sólo por lo pueril de las versiones, sino porque sabes
lo que es organizar una fiesta en la Narvarte, sabes lo que es tener entre tus
amigos a colombianos —y muchos otros extranjeros— honorables más allá de su
nacionalidad; sabes que esto es parte del esconder, manipular, maniatar a esas
grandes ausentes en estas lides: la verdad, la justicia.
Pero tal vez no eres mujer, tal vez no vives en la Ciudad de
México, ni estudiaste periodismo ni has sido fotógrafa, ni tienes a muchos
amigos activistas o que podrían haber estado ese día ahí, pero igual este
multihomicidio te araña hasta la médula porque sabes, presientes que en este
país le puede pasar, cada vez con más frecuencia, a cualquiera de nosotras, de
nosotros, de los tuyos, de los míos.
Y sin embargo, a pesar de que sabes que estas cosas infames
pretenden callar, silenciar con miedo, amarrarnos las manos, dejarnos cada vez
más desvalidos, sin voz valiente, sin arrojo y convicción, también sabes que
más que nunca es el momento de no callarse, es el momento de no olvidar, es el
momento de moverse, de multiplicar las fotografías incómodas, las declaraciones
arriesgadas pero veraces, el espíritu que nos hace humanos para que nuestra
voz, nuestra conciencia, nuestra fuerza, no sean decapitadas por un
multihomicidio que pretende callar e inmovilizar no sólo a cinco personas, sino
a muchísimas más.
María Vázquez Valdez
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