jueves, 14 de agosto de 2008

Luego llegó el temido doce que nos traía con los pelos de punta a tod@s. De ahí saltamos once de los trece compañeros, lo cual enorgulleció enormemente a los guías, que ya tenían rato diciendo que éramos un muy buen grupo: todos avanzando, aventándose, domando los miedos personales (si los había) o controlando el ansia de adrenalina en algunos casos. Que saltáramos once de trece era para ellos algo muy poco usual. Para mí, el de doce fue, en efecto, mucho más sencillo que el de diez. Para empezar caí mucho mejor, por lo que no me dolió tanto salva sea la parte, y me sentía mucho más confiada. Incluso me pareció menos alto que el de diez (there is no spoon).

Mi gracioso salto
Caigo, caigo
Entro al agua
(si no con gracia, al menos sin desgracia)

La caída de Jorge

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