María Vázquez Valdez
Gustave Flaubert la disecciona, nos la entrega desnuda en su desesperación y en su belleza en un dibujo minucioso que decanta la imagen mórbida de una criatura al borde de un abismo de insatisfacción recurrente.
Pareciera que el creador de
Madame Bovary ni siquiera en los estertores de muerte de su protagonista hubiera pretendido generar compasión en el lector. Pareciera, más bien, que no hubiera pretendido sino escribir una historia de personajes sin grandeza con una pluma magnífica.
Imágenes escritas en piedra: este libro es un monolito, a la vez cuchillo de obsidiana que se va hundiendo en la delicada piel de su víctima, victimaria ella de su propia vida, síntesis de la belleza inconsciente despeñada en sí misma.
Considerada pornográfica en su tiempo,
Madame Bovary atrajo a su creador un proceso judicial un año después de que se publicó, en el que también fueron procesados el editor y el impresor de la novela. Las acusaciones fueron “pornografía y ofensa moral”. Fueron absueltos poco después por el Tribunal Correccional de París, y la novela salió a la venta el 12 de abril de 1857. Flaubert enfrentó el juicio tal como lo enfrentó Egon Schiele por atreverse a desnudar en su pintura a una sociedad victoriana también hipócrita.
Un crítico dijo, cuando el libro fue publicado, que era la novela más imparcial, la más leal. En honor a esa imparcialidad, años antes Flaubert había confesado a su amiga y amante Louise Colet: “Quiero que en mi libro no haya un solo movimiento ni una sola reflexión del autor”.
Ahora
Madame Bovary es todo menos un libro pornográfico, y la hemos ascendido a los pedestales de la narrativa, a sus orígenes. Aparece en ensayos breves y en tratados acuciosos, en películas y en pinturas, en poemas y hasta para dar nombre a determinada sicopatología.
El sitio que ocupa
Madame Bovary es proporcional a las cualidades literarias de la novela. En un enunciado, Flaubert puede concentrar poéticamente una ironía de insondable belleza, lo mismo que un juicio lapidario resumido con sencillez. Y es que la síntesis de la obra es ambas cosas. Por una parte se sumerge profundamente en el deseo y la belleza sin recursos
naïve, mostrando irónicamente su sinsentido, lo mismo que critica acerbamente a la sociedad francesa del siglo XIX.
Es una historia de muerte lenta, de muerte en vida y con un desenlace fatal, pero es una historia de deseo también, de la satisfacción del deseo que sin embargo no alcanza nunca a incidir lo suficiente como para satisfacer y aplacar una ansiedad irreflexiva, autodestructiva, y por lo demás, pareciera, profundamente humana.
Flaubert nos acerca a Yonville con la precisión de un gran cirujano. Tenemos una radiografía de la sociedad rural francesa de mediados del siglo XIX que nos muestra la hipocresía de la religión y comportamientos sociales que encubren frivolidad y excesos después de la Revolución Francesa.
Y en esa disección, Flaubert nos entrega a Emma Bovary con una distancia que plantea si quiso a su personaje. Lo que es inobjetable es que la conoció a fondo. La recorre con un frío escalpelo que se detiene ante su hermosura con curiosidad, pero nunca con arrobamiento. Pareciera también que tampoco quiso nunca a Charles, nuestro hilo conductor, quien inicia el círculo y quien lo cierra, pero que tampoco, ni en el amor ni en la desesperación, demuestra grandeza.
La psique de Madame Bovary
A pesar de no reunir las características de una heroína de novela —o quizá precisamente por ello—, la psique de Madame Bovary ha conquistado la curiosidad de múltiples estudiosos, como el filósofo francés Jules de Gaultier (1858-1942), quien cristalizó el término bovarismo para dar nombre a la insatisfacción crónica con ilusiones y aspiraciones desproporcionadas respecto a las propias posibilidades. La evasión en lo imaginario por insatisfacción. La ficción de la identidad del yo (
Le Bovarysme, la psychologie dans l’oeuvre de Flaubert, de 1892, y más propiamente
Le Bovarysme, de 1902).
Porque Emma Bovary sedujo en su historia no sólo a Charles, León, Rodolphe, Justin, Guillaumin, sino también, al parecer, a Palante, Perrin y Lacan, quienes abrevaron en los trastornos de Madame en los que Gustave Flaubert nos adentra. Médicos, psicólogos, sociólogos, estudios y tesis doctorales dan cuenta de su encanto.
También sedujo a Mario Vargas Llosa, quien escribió en Málaga, en 1974,
La orgía perpetua, y que acepta que al terminar la novela “tenía dos cosas muy seguras: que ya sabía qué escritor me hubiera gustado ser y que desde entonces y hasta la muerte viviría enamorado de Madame Bovary”.
Incluso, defiende a Madame: “Emma representa de modo ejemplar un lado de lo humano, brutalmente negado por casi todas las religiones, filosofías e ideologías, y presentado por ellas como motivo de vergüenza para la especie. Su represión ha sido la causa de su infelicidad, tan extendida como la explotación económica, el sectarismo religioso o la sed de conquista entre los hombres”.
También según Vargas Llosa, Flaubert creó el antihéroe —y la antiheroína, en este caso. Es cierto, nos entrega un escenario de mediocridad en un reino de lenguaje. Personajes sumidos en una realidad que no permite sesgos de esperanza, despeñados en sus ilusiones.
El realismo de Flaubert
Hay que decir que en el momento en que Flaubert escribe su obra hay tres movimientos literarios que dominan el siglo XIX, el Romanticismo, el Realismo y el Simbolismo. La influencia romántica alcanza a Flaubert y a otros autores como Balzac, a quienes, sin embargo, se ha señalado como representantes del Realismo.
No obstante, Flaubert no tuvo, como personaje público, la importancia que tuvieron otros escritores de la misma época. Al contrario de otros autores de su tiempo, no se involucró en los acontecimientos políticos, como Chateaubriand, que fue ministro, Lamartine y Victor Hugo, diputados en el Parlamento y Zolá, que, como el Homais de Flaubert, fue miembro de la Legión de Honor. Flaubert estuvo al margen porque —admitía— odiaba lo burgués, lo equiparaba con lo vulgar. Así, permaneció provinciano y alejado de París.
En esa época la poesía francesa tiene entonces un gran florecimiento. Es la época de Nerval, Vigny, Lamartine, Victor Hugo, el culto a la originalidad. En Madame Bovary, hay que decirlo —subrayarlo— la prosa poética alcanza momentos deslumbrantes.
De dónde surge Madame Bovary
Respecto a los orígenes de esta novela, aunque Flaubert afirmó que
Madame Bovary era invención total, al parecer la historia se inspiró en un hecho real: la muerte de Delphine Delamare en 1848, segunda esposa de un oficial de sanidad que vivía en un pueblo pequeño de Normandía. Esta historia fue un escándalo. El esposo, Eugène Delamare, había estudiado medicina en el hospital de Rouen con el padre de Flaubert, que también era médico, así como su abuelo materno.
Eugène Delamare fue, como Charles, oficial de sanidad. Se casó con una mujer mayor que él, de la que enviudó al año siguiente. Después se casó con Delphine Couturier, una joven de diecisiete años, hija de un campesino acomodado, con quien tuvo una hija. Delphine era famosa por sus gastos, infidelidades y aires de grandeza, y tuvo dos amantes, un rico terrateniente y un pasante de notario. Después de la muerte de Delphine, murió Eugène, al año siguiente.
Otra presunta fuente de inspiración es
Les Mémoires de Madame Ludovica, personaje al que se identifica con Louise d’Arcet, quien tuvo locos amoríos, uno de ellos con Flaubert mismo, y que también se endeudó y estuvo a punto de suicidarse, ahogándose en el Sena. Ambas historias convergen en el adulterio y el desastre.
Madame Bovary en el arte
Madame Bovary también ha seducido el arte. Ha sido leitmotiv de pintura, cine y poesía, por ejemplo. En cuanto a cine, ha habido muchas versiones, entre ellas un clásico de Jean Renoir de 1933, o una versión reciente de Claude Chabrol de 1991, protagonizada por Isabelle Huppert.
Entre estas obras, hay que destacar la versión que rodó en 1949 Vincent Minnelli.
En cuanto a pintura, como botones de muestra podemos mencionar el cuadro de Joan Vilagrau de 1962:
O el de Albert Auguste Fourie, The Death Bed of Madame Bovary (1889), ubicado en el Museo de Bellas Artes de Rouen, Francia:
¿Madame Bovary sedujo a su creador? Flaubert responde tácitamente a esa pregunta. Lo que es cierto es que sedujo a la posteridad.